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Garzón en Canarias

Federico Utrera / Federico Utrera

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Cuando era alcalde de Las Palmas de Gran Canaria y aún no había anidado en él la prepotencia, la altanería y el dogmatismo excluyente ?en suma, la falta de perspicacia-, José Manuel Soria invitó a Garzón a conferenciar con un hermoso título: Sobre la libertad. Fue audaz Soria y acreditaba que detrás de esas arrogantes maneras y puños de hierro se mecía un librepensador, que no en vano antes se jactaba de haber trabajado con Carlos Solchaga, era casi un socialdemócrata. Le llovieron críticas pero más allá de que Soria apoyara la guerra de Irak por creerla sometida a la legalidad internacional de la ONU ?el tosco discurso de Aznar- su gesto le engrandecía: daba cancha y micrófono a quien no opinaba como él. Soria continuó en política pese a la debacle de su partido ?algo se valorarían sus riesgos- y Garzón regresó a la judicatura.

Luego vino lo que vino y el vino se agrió. El PP perdió las elecciones generales que creía un paseo militar -¿no se parece esa derrota a la más reciente de Soria y Luzardo aquí?-. Y aún colea la guerra de Irak, a raíz de la difusión por el periodista Ernesto Ekáizer de las llamadas “actas de Crawford”, la transcripción de la conversación entre George Bush y José María Aznar en su rancho tejano. Nadie ha desmentido nada ?sólo el ex presidente asegura que el actual Gobierno está revolviendo en los cajones- pero mas allá del scoop periodístico quedan evidencias de que el presidente norteamericano y su socio español se precipitaron al bombardear al sátrapa irakí. Si alguien hubiese golpeado igual contra la España de Franco, probablemente ni Felipe González, ni Aznar, ni Soria, ni Garzón, ni siquiera yo mismo, estaríamos ahora vivos. No fue una guerra injusta ?ahí está Afganistán- sino precipitada. El inspector Blix pedía más tiempo, no encontraba las armas de destrucción masiva, sólo los cadáveres de los kurdos machacados por Sadam. Pero había mucha prisa por invadir, demasiado interés por el petróleo y por cambiar siglos de Historia, entrar a pie forzado en ella. Cuando el PP introduzca este sutil matiz en discurso podrá ganar unas elecciones, pues ya saben que el vuelo de la mariposa en Pekín provoca terremotos en San Francisco. Pero aquí el lepidóptero sigue disecado.

Garzón escribió su célebre artículo ?Señor Presidente- quince días antes de la invasión. Ahora el juez español, tras la condena en Estados Unidos contra un colaborador del vicepresidente Cheney, advierte que 650.000 muertos son un argumento suficiente “para que esa investigación se aborde sin más dilación”. Sus sumarios contra los causantes de los desaparecidos en Chile y Argentina, la persecución inglesa de Pinochet... lo avalan. Habla en serio, como siempre. Y el Tribunal Constitucional tiene ante sí el recurso de amparo, que ya rechazó el Supremo, con las 11.000 firmas recabadas por IU. Creen que alguien debe sentarse en el banquillo por la guerra de Irak, no les valen las responsabilidades políticas, como sucedía antes.

Los tiempos están cambiando, la política y el periodismo también. Quien no sepa verlo pronto estará fenecido socialmente. Por eso me hace gracia que cuando el juez Garzón, el mismo que viste y calza, escribió el 3 de diciembre del año pasado los nombres de Miguel Zerolo, Luis Suárez Trenor, Herminia Gil y Luis Celso en su famoso auto de navidad por el caso Forum Filatélico, no redactaba a humo de pajas. Antes, Felipe González, Aznar, Mayor Oreja, Rubalcaba o Soria supieron de la osada integridad que se disfraza detrás de esa toga. Y entonces dijo mucho en su favor ?aunque fuera bajo cuerda- haberlo alentado en su ingrata labor. Federico Utrera

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