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Hace ya diez años (2)

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Las primeras personas que me dieron su total apoyo -antes siquiera de que Phantacom se llamara de esa forma- fueron los hermanos Rodríguez Acosta, Isabel, Jesús y Manuel y las personas que, entonces, trabajaban en las oficinas de la empresa Tropical Films de Canarias, Rita Mendoza, Víctor Doreste y Andrés Padrón. Todos ellos pusieron en mis manos unos recursos que, por aquel entonces, estaban solamente al alcance de unos privilegiados, entre los que no me encontraba yo.

Fueron unos meses en lo que no sólo pude investigar, catalogar e imprimir una enormidad de información, vital para un proyecto de estas características. Su ayuda no se limitó a eso, sino que, día tras día, siempre me apoyaron en todo lo que pude necesitar y confiaron en mi discreción y mi voluntad de no hacer nada que pudiera perjudicar la buena marcha de su empresa. Nada de lo que sucedió entre aquellas paredes, ni las conversaciones mantenidas, ni el material aportado salieron nunca de aquellas paredes, aunque quienes gustan de las conspiraciones pensaran lo contrario. En mi casa me enseñaron a ser agradecido, pero también a ser leal y a no traicionar la confianza de quienes, sin pedir nada a cambio, me ayudaron de aquella forma.

Luego está Julio Rodríguez, a quien debo lo poco que sé del ploteado de imágenes, la impresión a gran tamaño y todo lo relacionado con su posterior montaje para luego hacer una exposición. En este apartado fue fundamental el apoyo de Andrés Padrón y su sensacional archivo cinematográfico. Gracias a su generosidad, pude incluir un material que, de otra forma, me hubiese estado vetado, dado su altísimo coste y sin necesidad de tener que buscarlo por medio mundo.

En cuanto a la parte cinematográfica, ésta no habría llegado a nada de no ser por los entonces miembros del colectivo cinematográfico Vértigo y la persona que hizo de mediador, Paulino Bethencourt. Su implicación en el proyecto posibilitó que Phantacom no sólo tuviera una magnífica programación, sino que sus actividades llegaran hasta el salón de actos del Paraninfo de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y me diera la oportunidad de disfrutar de la experiencia de mantener un encuentro en el ámbito académico. No me quiero olvidar de David Rosales, quien me brindó la oportunidad de proyectar su corto “Imperio Oscuro; Transición”, sin lugar a dudas, una de las mejores aportaciones al, ya vasto, universo creado por George Lucas.

Sin abandonar el ámbito cinematográfico hubo otras dos personas que también aportaron mucho más que sus conocimientos. Éstas son el profesor Luis Maccanti y el decano proyeccionista Saulo Torón. Ambos son el vivo ejemplo del dicho “El espectáculo debe continuar” y, sin ellos, el que yo preparaba, entonces, dudo que hubiera alzado el telón.

En el apartado de la difusión, Aitor Guezuraga fue capital para presentar el evento al público, además de aportar las ideas justas para completar la parrilla de exposiciones. De igual forma, Fernando Castellano, entonces responsable del magazine MC2, tampoco dudó en apoyarme y darme la mayor difusión posible. El tercero en discordia fue Julio Gutiérrez, entonces redactor en jefe del este periódico, quien, sin saber yo muy bien por qué, publicó en la sección de opinión el texto de presentación de Phantacom. Entre los tres, el secreto de antes se convirtió en una realidad que, luego, me hizo recorrer emisoras de radios, platos de televisión y otros medios impresos del archipiélago.

Si me ciño a las sedes en las que se montaron las diversas exposiciones, los talleres y los encuentros sólo puedo estar agradecido a quienes me abrieron las puertas del Centro Comercial Las Arenas, la Casa Condal de San Fernando de Maspalomas o la sala de exposiciones de la biblioteca insular de Las Palmas. En cada uno de los sitios, el trabajo quedó tal cual se había proyectado -a pesar de los problemas con alguna pared que otra- y todo el esfuerzo previo se vio recompensado por el aspecto final de las muestras y el desarrollo de los talleres y encuentros.

No pretendo decir que todo fue idílico y no tuve que hacer frente a los modos, las maneras y el “manual de estilo” de cada uno de los centros en los que trabajé. En realidad y en parte por todas las experiencias vividas en aquellos meses, y en los años previos, Phantacom supuso un punto y final en mi trayectoria profesional en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, tras varios años de actividad continua.

Durante el siguiente lustro, pasé a desarrollar mi actividad profesional como parte del organigrama del Salón Internacional del Cómic de Sta. Cruz de Tenerife, gracias a la invitación de Patricio García Ducha y solamente volví a trabajar en Las Palmas de Gran Canaria, en proyectos muy determinados y más por mi relación personal con sus organizadores que por mi interés en hacerlo. No obstante, gracias a Phantacom, fui invitado a Tenerife y aquella invitación derivó en una relación profesional de cinco años y en una personal que aun perdura.

En cuanto al material cedido y/ o aportado, la mitad del esqueleto expositivo de Phantacom se sustentó en las empresas Famosa Comercial y Popular de Juguetes. En el primer caso, Phantacom supuso el final de una larga relación profesional con la familia Cabestrero, gracias a la cual pude desarrollar más de una docena de proyectos en las islas. En el caso de la segunda, su participación sobrepasó mis mejores expectativas, sin tan siquiera tener una relación previa, algo que sí sucedía con la empresa Famosa.

Editoriales de la talla de Ediciones B, Panini Comics o Martínez Roca cedieron aquello que estaba en su mano, completando el mosaico necesario en un evento de estas características. Y la Librería Porto, me abrió sus puertas y me dio, entre otras cosas, un lugar donde reunirme y poder organizarme.

Hubo quienes, en contraposición, me ningunearon, me prometieron cosas que nunca me dieron o que, si lo hicieron, fue por cubrir el expediente. Ellos también me enseñaron una valiosa lección y me dejaron claro lo siguiente: si quieres que un proyecto salga, debes invertir tu dinero y no esperar a que nadie te lo de.

Hubo personas que, sin participar, también ayudaron, siendo éste el caso de Orlando Herrera, dado que, gracias a las vitrinas que logró ensamblar unos años antes, el material que formaba las exposiciones se pudo exhibir sin problemas y sin miedo a los “amigos de lo ajeno”.

Para el final dejo a quienes más pusieron de su parte, sobrepasando, con mucho, lo que significa el verbo ayudar. Una de esas personas fue Juan Pedro Rodríguez Marrero, compañero en mis batallas, trabajador incansable, persona seria, leal, profesional y capaz de olvidarse de su misma salud con tal de llevar a buen puerto un proyecto. Su entrega y dedicación fue total y, sin él, nunca se hubieran podido montar las exposiciones, organizar los talleres, ni haberme marchado al Salón Internacional de Cómic de Sta. Cruz de Tenerife.

La única pega que se me ocurre es que, por culpa de su carácter -enemigo de cualquier protagonismo- fueron pocos los que repararon en su ENORME aportación y en sus cualidades como organizador y profesional. Por fortuna, la celebración del Gran Canaria Comicfest 2012, ha servido para poner las cosas en su sitio y dejar, bien claro, sus cualidades, sus tremendas virtudes como profesional y su talante serio, conciliador y carente de artificio, y la banalidad de quienes aun presumen de ser los adalides y defensores del noveno arte en Canarias.

Ojalá hubiera más profesionales como Juan Pedro Rodríguez Marrero y menos “pavos reales” sueltos en el mundo del fandom. Si así fuera, las cosas serían bien distintas.

Para el final dejo a mi mujer, entonces mi novia, Elena, quien creyó en un proyecto absolutamente disparatado por causas que se me antojan difíciles de entender y que no cesó hasta que una idea escrita en una hoja de papel de fax fuera una realidad. Su apoyo constante fue el mejor motor para que todo saliera como es debido, sin importarle el tiempo invertido, ni los obstáculos con los que nos fuimos encontrando, un día sí y otro, también.

Diez años después, dudo que me embarcara en una idea tan compleja sin contar con ninguna ayuda para sustentarla, pero puede que por eso Phantacom cuajara y no se saldara con el fracaso que les comentaba, al principio de esta columna. Al no tener muchas expectativas, no tenía mucho que perder y todo a ganar y, está claro, así se trabaja mejor. Y a las pruebas me remito.

Eduardo Serradilla Sanchis

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