Espacio de opinión de Canarias Ahora
Helsinki Cine Aasia 2013
DÍA 1.
¿Qué tienen en común el cine Bio Rex, el cine Andorra, el cine Dubrovnik, la sala Orion -sede de la filmoteca nacional finlandesa- y una veintena de películas asiáticas? Pues muy sencillo: la primera edición de Helsinki Cine Aasia, el último festival de cine que se suma a la ya larga lista de encuentros cinematográficos celebrados en la capital de Finlandia.
La idea que se esconde tras una propuesta como ésta es muy sencilla; es decir, mostrar al público nórdico el trabajo de actores, directores y guionistas con unas señas de identidad que poco o nada tienen que ver con los modos y las maneras de un país del norte de Europa como lo es Finlandia, a pesar de vivir en el mundo global del siglo XXI.
No obstante, los problemas, las vivencias y las querencias de quienes han empezado a desfilar por las pantallas de los cines anteriormente mencionados no son ajenas a ningún ser humano, por mucho que las culturas y las distancias nos puedan llegar a separar.
Y esto mismo se puede aplicar a los protagonistas de las dos películas que vi ayer viernes día 15 de marzo. La primera de ellas, The Land of Hope, es un duro alegato contra la capacidad que posee el ser humano para convertirse en el peor enemigo de si mismo. El director de la película, Sion Sono, toma como punto de partida la vida de la familia Ono, quienes ven cómo toda su vida acaba desmantelada por causa del accidente nuclear que sobreviene tras un seísmo.
Sion Sono plasma el que todos los gobiernos juegan a lo mismo una vez que sucede una catástrofe de estas características, olvidándose de las víctimas y en pro de la desinformación antes que contar los hechos tal y como son. Resulta grotesco pedir un comportamiento positivo mientras los canales de televisión bombardean con las imágenes que muestran las explosiones de un reactor nuclear en todo su inmensidad, vendría a decir el director de la película.
Al final, cada cual tratará de encontrar su lugar en un mundo en el que nada parece ya seguro, salvo una esperanza que, aunque vana, ayuda a seguir hacia delante.
El caso de Karaoke Girl, película tailandesa dirigida por Visra Vichit-Vadakan, tampoco deja lugar a segunda interpretaciones. La vida de Sa, una joven tailandesa de 23 años, camarera y chica de “alterne” en un garito de karaoke en la atestada ciudad de Bangkok, muestra la cruda realidad de las mujeres en buena parte de Asia.
Tal y como ella misma confiesa, sus opciones pasaban por quedarse y trabajar en el campo o emigrar a la gran ciudad y sobrevivir en lo que surgiera, sobre todo trabajando en el lucrativo mercado del sexo, principal industria de aquella zona del planeta junto con el tráfico de estupefacientes y otras lindezas por el estilo.
Sa sabe que aquel mundo es un asco, pero la aldea de la que proviene no es mucho mejor y, por lo menos, trabajando en el garito de karaoke, gana suficiente dinero como para poder mantener a su familia, además de sus propios gastos.
Dura, directa, a medio camino entre el documental y la narración cinematográfica, Karaoke Girl desnuda una realidad cotidiana, la de su protagonista, Sa, la cual no por parecernos muy lejana y distante deja de ser censurable y cuestionable, sobre todos para quienes pensamos que la degradación de la mujer no debería ser consentida de ninguna forma y menos como excusa económica y social.
Para hoy, sábado, el programa ofrece películas taiwanesas, chinas, japonesas y coreanas, aunque de todo ello hablaremos mañana.
DÍA 2.
El segundo día del festival Cine Aasia finlandés se podría resumir en la frase “qué difícil es crecer” sin importar el lugar y en el que momento en el que vivas.
Cha Cha for Twins plantea el siempre complicado paso de la adolescencia a la edad “adulta” multiplicado por dos, dado que las protagonistas de la película son dos hermanas gemelas de 17 años, Mini y Poni, en medio de este convulso mundo global.
Ambas, gemelas idénticas, no tendrán más remedio que aceptar que la unidad personal de la que siempre han hecho gala empezará a resquebrajarse cuando decisiones tan importantes como qué y dónde estudiar o de quién ser novia las empezará a separar y sin aparentes visos de entendimiento.
Las dudas, las decepciones, los malos entendidos y el duro trance que supone ver que la vida que has conocido hasta entonces debes dejarla atrás para aceptar un nuevo estadio en tu crecimiento son las bases sobre las que se sustenta esta notable producción taiwanesa en la que además, destaca el trabajo de la actriz Haung Peijia, en el doble papel de Mini y Poni.
El caso de 11 Flowers retrocede en el tiempo hasta el año 1975 -un año antes del final de la execrable Revolución Cultural china y de la muerte del gran líder Mao Zedong- y nos cuenta los avatares en la vida de Wang Han, un niño de once años que vive en una lejana aldea interior de la República Popular China.
Wang Han es un niño como otro cualquiera, eso sí, condicionado por el estricto sistema político que imperaba en la China de aquellos años, el cual estaba marcado por el culto al líder, el adoctrinamiento continuado y la sensación de que nada, ni nadie podía pensar de una forma que no fuera la establecida por ley.
No obstante, Wang Han y sus amigos logran escapar del asfixiante ambiente siempre que tienen la más mínima oportunidad, aunque algunas veces sus aventuras les acaben por acarrear algún que otro susto, sobre todo a Wang Han, empeñado en no perder una de sus más preciadas posesiones, una camisa nueva para ir al colegio.
Gracias a ese mismo empeño, Wang Han aprenderá que las cosas no son lo que parecen y que, si uno toma una decisión, deberá vivir con ello, por mucho que al infante le cueste aceptarlo en estos momentos.
La mayor virtud de 11 Flowers es que su director, Wang Xiaoshuai, nos plantea la realidad de su país durante aquellos años de profundos cambios sin caer en maniqueísmos. El espectador es testigo de cómo sobrevivían los habitantes de aquel remoto lugar, fiel reflejo del resto del mundo rural chino, y de qué forma debían afrontar los problemas cotidianos, siempre a la sombra del omnipresente líder carismático.
Queda claro que el lugar o el momento es secundario, dado que los retos a los que se deben enfrentar las personas son siempre los mismos, tal y como demuestran estas dos películas.
DÍA 3.
El tercer y último día del festival Cine Aasia transcurrió por la elíptica senda del río Mekong, uno de los mayores del continente asiático y, por ende, del mundo. Sus aguas nacen en las lejanas montañas del Himalaya para luego recorrer China, Birmania, Laos, Tailandia, Camboya y terminar en Vietnam, lugar de milenarios conflictos entre los seres humanos.
Con un escenario como éste -símbolo del movimiento que sacude la vida de todo ser humano, por mucho que nos empeñemos en lograr todo lo contrario- articula el director, Apichatpong Weerasethakul, su discurso para presentarnos la película Mekong Hotel.
Mekong Hotel es la historia de un río, de un lugar, de un fantasma y de las vidas de quienes allí se encuentran. A su vez, Mekong Hotel es un instante congelado, en el que, de la mano de una melodía que se repite, el espectador asiste a una sucesión de imágenes, fugaces historias y leyendas del pasado.
Mekong Hotel nos cuenta cómo aquel río ha sido decorado y protagonista de mil y una peripecias, algunas de las cuales aún son visibles mientras que otras quedaron sepultadas por sus aguas, tiempo atrás.
Mekong Hotel es un ejercicio de relajación fílmica, suma de las imágenes, la música, los sonidos del agua y la capacidad de ensoñación que posea cada uno, una vez que las luces de la sala se apagan.
Y, por último y no por ello menos importante, Mekong Hotel es un resumen de lo que ya se habló anteriormente; es decir, la motivación que inspira a los organizadores de este evento cinematográfico por mostrar al público un tipo de cine sustentado en otras bases creativas, pero igualmente válido y atractivo para el espectador, sea cual sea su nacionalidad.
Sólo queda esperar que esta iniciativa logre desarrollarse y que, el próximo año, el cine asiático tenga, de nuevo, un lugar dentro del circuito de festivales de cine finlandeses.
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