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¿No eran infalibles?

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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¿Quién no recuerda las loas y alabanzas al sistema bancario español y sus portentosos dirigentes? ¿Acaso se han olvidado de las alabanzas vertidas hacia los presidentes autonómicos de ideología conservadora y pomposas alas de gaviota? ¿Y qué me dicen de las epifanías vertidas por quienes manejaron nuestro destino, con paso firme, barbilla recia y poses de fotografía histórica? ¿No eran ellos quienes nos advertían de los errores de los mandarines que los sucedieron, prestándose ellos mismo a volver a retomar las riendas del poder para sacarnos del abismo de la indefensión?

Sé que suena nostálgico, pero si no fuera porque el complot judeo-masónico ha quedado ya un poco caduco, ¡vaya contrariedad! Bueno sería recurrir a él para tratar de justificar la debacle de quienes, hasta hace muy poco, se nos antojaban como la última línea de defensa contra la implacable crisis que nos azota.

Sin embargo, la realidad es otra bien distinta y las últimas nuevas han puesto sobre la mesa algunas curiosas paradojas. No era cierto que el sistema bancario español fuera el crisol de virtudes que nos habían vendido, ni sus dirigentes, unos ungidos seres, incapaces de cometer la mínima falta. Mucho me temo que el batacazo de Bankia, ejemplo tomado de enseña para explicar cómo debería ser la gestión de una entidad bancaria, se repetirá con otras entidades, con los resultados previsibles para las ya depauperadas cuentas del estado.

Por otro lado, las comunidades de la gaviota y la mente recta han demostrado ser, por decirlo de una forma educada, unas mentirosas de primer orden, dejando a la altura de los pies de los caballos a quienes las ponían, una y otra vez, como ejemplos de gestión y juicio. Encima, tampoco les queda el recurso de mirar para otro lado y decir el socorrido, “La culpa no es mía, sino de los que estaban antes”.

Cierto es que no sólo las comunidades conservadoras tienen muchas miserias bajo la alfombra, con mirar hacia el sur del España y, un poco más allá, en medio del océano Atlántico, dichas miserias son igual de palpables y censurables. La diferencia estriba en que el autobombo demostrado por las comunidades conservadoras contrasta con la socarronería de quienes hablan poco, pero enredan lo mismo o más.

Si todo esto se le suma que las cosas están no mal, si no peor y que no hay ninguna fórmula mágica que lo solucione, ni ningún médico chico con su pócima milagrosa que nos devuelva a la España que iba bien, la España de la sólida burbuja inmobiliaria y la restauración hasta el infinito y más allá? ¿A quién le importaba la educación entonces?... Verán que el panorama es desolador.

Para colmo de males, un grupo de invertidos ha osado denunciar a un representante eclesiástico, el cual defiende lo que defendía la Enciclopedia Médica Norteamericana hasta los años setenta; es decir, la homosexualidad es una enfermedad y se puede curar. Lástima que, ese mismo baluarte religioso no se leyera el apartado dedicado al abuso sexual infantil o pederastia, antes de buscar la paja en el ojo ajeno. Claro que ya se sabe, doctores tiene la iglesia y los demás somos unos ignorantes.

Al final, sólo queda resignarnos, y apencar con lo que nos toca. Quien sabe si un día los escaños del senado se llenarán de bebes lactantes, merced a la estrechez de miras de los botarates que manejan las política y a una sociedad que sigue sin entender que la maternidad no es un privilegio, sino un DERECHO, el cual cualquier estado debe tratar con dignidad y moral y no como una caricatura, como siempre ha sido este tema en nuestro país.

No obstante, y perdonen mis saltos de un tema hasta otro, siempre, siempre, siempre, les quedará el deporte rey para calmar las penas, soltar las frustraciones y pensar que el mundo no puede ser tan malo. Si, por causa de un partido, se tiene que movilizar un ejército, al cual pagamos todos, y luego hay que reparar los posibles desperfectos ocasionados, que también pagamos todos, qué más da. Al final nuestros hijos seguirán sin tener una educación digna, pero eso importa poco ante la pasión de unos colores y zarandajas por el estilo.

Lo dicho, si mañana ven cabalgar los jinetes del apocalipsis delante de sus ventanas, no se preocupen, es sólo el anuncio de un choque de titanes futbolero y no el fin del mundo? Por favor?

Eduardo Serradilla Sanchis

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