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El infierno es el otro

Cristóbal D. Peñate

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El que se acostó pronto tampoco se perdió mucho. El debate de los cuatro principales candidatos a la presidencia del gobierno fue del todo previsible. En primer lugar, la palabra debate le queda muy grande a este formato televisivo. Más bien fueron cuatro monólogos alternativos. Cada uno tenía un tiempo para vendernos su moto, pero ninguno la vendió a los indecisos. A los otros, a los hooligans, no es preciso convencerlos.

PP y Podemos, que son los que mejor dan en las encuestas, jugaron a la defensiva y no arriesgaron. Los que dan peor en los sondeos, PSOE y Ciudadanos, eran los que estaban obligados a atacar. Pero Sánchez y Rivera no emularon a la selección española de fútbol en el tiki-taka y ni siquiera lograron un mayor porcentaje de posesión de balón que sus contrincantes, como Iniesta y compañía. Quizá por eso, influidos por la Eurocopa, los encargados de machacar a Podemos cambiaron Venezuela por Grecia, como si los culpables de la crisis del país heleno no fueran los homólogos del PP y PSOE.

PSOE y Ciudadanos fueron los únicos que no se hicieron daño en el debate, como si estuvieran prolongando su pacto de gobierno frustrado. Iglesias tendió la mano a Sánchez, sabedor de que es la única forma de alcanzar la presidencia. Sin embargo, Sánchez, dolido y resentido porque Iglesias no apoyó su investidura, le hizo ascos. El líder de Podemos le reconvino en varias ocasiones recordándole que el enemigo de los socialistas no era él sino el PP, como cuando Bilardo le dijo a su masajista, mientras éste atendía a futbolistas contrarios, que los suyos eran los colorados. Además, Sánchez padeció de amnesia al no recordar que actualmente PSOE y

Podemos mantienen pactos en varias comunidades autónomas y ayuntamientos importantes. Rajoy infravaloró a los partidos nuevos que le daban caña con el argumento baladí de que no tenían experiencia para gobernar. Claro que no la tienen. Nadie puede tener experiencia en un trabajo si antes no ocupa el puesto. Pero eso es tan obvio que huelga decirlo incluso al presidente. Es la excusa que los empresarios mediocres y sin escrúpulos arguyen para no dar empleo a los jóvenes sin experiencia laboral. Es la pescadilla que se muerde la cola. Rajoy fue la pescadilla que se mordió su propia cola, para lo cual hay que ser un buen contorsionista circense. Bienvenidos al circo.

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