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El juego del pierde

José A. Alemán / José A. Alemán

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Por más vueltas que le doy no encuentro hoy al “dejarse perder” otra aplicación que la de permitir a tu hijo (o nieto) de cinco años meterte un gol por debajo de las piernas en la galería transformada en Camp Nou con alguna estelada para dar ambiente. Sin caer en la cuenta, eso es lo malo, de que los obligados aspavientos de contrariedad que has de hacer para que la criatura disfrute más de su victoria pueden perjudicar a la larga su proceso de formación. Por un lado, porque la desmadrada sensación de triunfo le agravará de mayor el sufrimiento de los inevitables fracasos. Por el otro, porque a los críos, al crecer convenientemente españolizados, que diría Wert, podría traumatizarlos descubrir que el padre o el abuelo los engañaba dejándose perder.

Ya no hay lugar, quiero decir, para aquel jubiloso canto a la derrota que decía “¡Fuerte paliza les pegamos ellos a nosotros!” con que preservábamos entre risas la autoestima; la que hoy quedaría destrozada pues no solo está la chiquillería falta de recursos relativizadores de sus tropiezos sino que no se conforman con imaginarse modestos peloteros de la UD y apuntan a culés; o a los de la Roja, dicho sea con recochineo mortificante para quienes detestan ese color por razones ideológicas que la antropología social aún no ha logrado desentrañar. Les podría ocurrir como a quienes no reparan en que la ley de la gravedad hace que mientras más alto subes, mayor será el partigazo de la caída.

Vienen mis espesas reflexiones a cuento de que el olvido del juego de dejarse perder llevó al conspicuo empresariado isleño a celebrar la victoria electoral del PP y a considerar la elevación de Soria al ministerio premio de la Lotería cuando no pedíamos tanto y nos hubiéramos conformado con el gordo de Navidad. Es lógico que se le fuera la pinza al empresariado al no contar con el referido y desterrado campo semántico. Tampoco se me caen los anillos si reconozco el mérito soriano de contribuir a su recuperación en aras de un mejor discernimiento futuro de los empresarios aclamantes.

Pero, a lo que iba: insisto en que quienes celebraron a Soria ministro jugaron al pierde. No apreciaron que su trayectoria no es rectilínea ni en exceso pulcra, por decirlo suavemente. Y ahora nos encontramos, sin caer en victimismos, con que Rajoy nos trata al trancazo. Desde apoyar las perforaciones de Repsol a la eliminación de las subvenciones a la desalinización, pasando por el relegamiento de las energías renovables, la consiguiente entrada en dique seco del proyecto Chira-Soria (presa de, claro), la puesta en la cuerda floja de la bonificación de los billetes áereos y marítimos y los recortes presupuestarios ad hoc. A lo que deben añadirse los mazazos generales a la Sanidad y la Educación, los efectos de la recentralización de las autonomías y la destrucción del Estado de bienestar y de las clases medias. No nos da respiro.

Todo ello, unido a la impunidad de los verdaderos saqueadores y las deferencias con bancos, grandes empresas, fortunas y la Iglesia, confirma la política de recuperación de las esencias patrias: España posee el récord mundial de bancarrotas, además de ser el país que inventó la fórmula. Inició el listado Felipe II, que ordenó tres y siguió Felipe IV que con el embullito declaró cuatro. Entonces las llamaban “suspensión de asientos”, indudable precedente de la tendencia pepera a no llamar al pan, pan y hacer de los rescates líneas de crédito. Hubo intentos de reforma que se estrellaron en la escasez de ingresos del Estado debida, en gran parte, a los privilegios de la nobleza y de la Iglesia, cómo no, que no pagaban. Estas son las esencias patrias a que me refiero y yerran, por tanto, quienes aseguran que el PP nos lleva al siglo XIX cuando su meta es el XVI-XVII.

Dicho lo anterior, vuelvo a lo nuestro. Es decir a la euforia mal disimulada de Soria ante semejantes desmanes con actitudes que lo hacen trasunto de Montoro: que se hunda Canarias que ya vendré yo a reflotarla. Ese sería el mensaje, dentro de su estrategia de defenestración de Paulino. Aunque, la verdad, no sé si exagero el entusiasmo del muy ministro por lo mal que nos va. A lo mejor solo es que le tienen sin cuidado nuestras tribulaciones y está en los registros de ande yo caliente; sin descartar, por supuesto, que se alegre, que ruinito sí que es.

Admito la posibilidad, no obstante y por mor de la objetividad, de que Soria se haya partido el pecho para evitar tarascadas a las islas que perjudiquen sus ganas de ser Paulino en lugar de Paulino. Entonces deberíamos pensar que no pinta nada, que ni puto caso, que va más de ministril que de ministro y que quienes lo votaron y lo apoyan jugaron al pierde, como queda dicho. Estaríamos ante un caso de flagrante totorotismo en el que no entraré, de momento, para no caer en malcriadez similar a la de aquel alcalde pepero que llamó a su excelencia “tonto del culo”, o del bote, o por ahí con el tonto fijo. Me interesa más que insultarlo, líbreme Dios y el juzgado de guardia, subrayar que si a Rajoy no le tiembla el pulso para crearle dificultades a Soria es porque no le importa que se dé el gran batacazo; o porque nos considera a los isleños tan sumisos y masocas que en las próximas elecciones besaremos de nuevo la mano que nos castiga. De un gallego nunca se sabe por donde anda, de modo que dejo a juicio del lector si conviene seguir dejándonos perder o qué.

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