Mentiras y crispación: la democracia en riesgo

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Estábamos celebrando la tarde de Reyes, el miércoles 6 de enero, cuando empezaron a llegar imágenes inéditas desde Washington. Unos cientos de militantes ultraderechistas seguidores del presidente en funciones Donald Trump asaltaban el edificio del Capitolio con el objetivo de impedir que el Congreso de los Estados Unidos certificara los resultados de las elecciones, último paso necesario antes de la investidura del presidente electo de los Estados Unidos, Joe Biden.

Este hecho sucede después de una larga campaña del mandatario republicano y sus satélites mediáticos, incluso antes del inicio de las votaciones, denunciando, en base a mentiras, manipulaciones y datos inventados, que los demócratas habían cometido fraude y le habían robado las elecciones. Durante el largo y reñido recuento, la misma noche electoral, Twitter tuvo que poner un aviso en un tuit del presidente para alertar de que estaba difundiendo información no verificada y las principales cadenas estadounidenses cortaron la emisión de su comparecencia en directo.

Estas mentiras repetidas una y otra vez y amplificadas a través de redes sociales y medios digitales cuya finalidad es propagar el odio, fueron el desencadenante que llevó a un grupo de fanáticos a entrar en el Congreso con el objetivo declarado de impedir la proclamación del presidente electo: es decir, dar un golpe de estado. Es más, sobrepasaron la seguridad, obligaron a suspender la sesión y evacuar a los congresistas, provocaron 4 muertes y tuvo que intervenir la Guardia Nacional ante la inacción de Trump que no compareció ni hizo absolutamente nada por frenar la acción de sus seguidores.

Pero más que analizar este hecho sin precedentes, que nos debería poner en aviso sobre el riesgo que corren nuestros sistemas democráticos, me interesa particularmente la reacción de la derecha española, porque es una muestra de que están en una deriva que se asemeja mucho a la de la derecha estadounidense. En lugar de condenar sin ambages, como haría cualquier demócrata, el asalto a unas de las democracias más longevas del mundo, tanto PP, como Vox (abiertamente seguidores de Trump), como algunos cargos de Ciudadanos iniciaron un movimiento coordinado en redes sociales para equiparar la acción de la ultraderecha americana con una manifestación que tuvo lugar en 2016 en las inmediaciones del Congreso de los Diputados durante la sesión de investidura de Mariano Rajoy. Una manifestación pacífica (salvo casos puntuales y aislados) que fue durísimamente reprimida por la policía.

No fue algo improvisado, sino una estrategia planificada, como demuestra el hecho de que todas las sucursales de la derecha y sus cargos locales de toda España comenzaron a replicarla. Incluso en Gran Canaria, cuando condené a través de la red social twitter los lamentables hechos, varios cargos del PP insular, incluso una consejera del Cabildo, que no habían condenado el asalto, me atacaron porque según ellos, quien asalta las instituciones en España es “la izquierda” y mis “socios de gobierno”.

Que toda la derecha española, incluida la extrema derecha de Vox, se coordine para intentar justificar, y banalizar el asalto al Congreso de los Estados Unidos de América para evitar la proclamación de un presidente electo es gravísimo, pero lamentablemente no debería sorprendernos. Y no debería sorprendernos porque están siguiendo la misma estrategia que los ideólogos de Trump: negar la legitimidad de los gobiernos progresistas que están al frente de la mayor parte de las instituciones en España y hacer una oposición destructiva basada en la mentira, la manipulación y los discursos de odio. Cualquier cosa les vale para intentar llegar al poder.

No es necesario buscar mucho en la hemeroteca para ver declaraciones tanto de Pablo Casado como de Santiago Abascal refiriéndose al actual gobierno democrático como un gobierno ilegítimo. Ese tono descalificatorio es habitual en la oposición del Partido Popular (afortunadamente la extrema derecha no cuenta con representación en las instituciones canarias), también en el Cabildo de Gran Canaria. Mentiras, manipulaciones, acusaciones que rozan el insulto, ausencia de propuestas, negación de cualquier iniciativa que venga del grupo de gobierno aunque sea positiva para Gran Canaria y ataques personales, son las bases sobre las que se asienta su oposición, de la que está ausente cualquier debate maduro o propuesta concreta sobre los problemas que afectan a la mayoría de la población.

En 2016 el diccionario Oxford eligió “posverdad” como palabra del año. Ese mismo diccionario definía el término como algo que “está relacionado con o denota circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes a la hora de conformar la opinión pública que las apelaciones a la emoción y a las creencias personales”. Además de la mano de las redes sociales y nuevos canales de comunicación estos movimientos han conseguido generar una esfera pública paralela a través de noticias falsas y teorías conspiranoicas.

En varias ocasiones he señalado que nos encontramos tanto a nivel global como a nivel canario en un momento clave que va a determinar las próximas décadas. La concatenación de crisis (la “Gran recesión” de 2008, la crisis climática, la sanitaria, social y económica generada por la pandemia, el auge del populismo de extrema derecha antidemocrático) nos sitúan ante algunos de los mayores retos que hemos afrontado en la historia. Para solucionar la mayoría de los problemas necesitamos grandes acuerdos transversales, debate público sano y participación ciudadana.

Pero nada de eso va a ser posible si se sigue utilizando la mentira y la manipulación como principal estrategia política, si no se toman medidas contra la distribución masiva de noticias falsas que generan esferas públicas paralelas, cada vez más polarizadas e intoxicadas. Y sobre todo no va a ser posible si la derecha tradicional no se aleja del discurso de la extrema derecha global, si sigue importando sus estrategias y discursos, banalizando los riesgos del neofascismo y no se compromete, claramente y sin ambages, con la defensa de la democracia en todo su significado.

Y resulta más preocupante todavía que ciertos sectores de la izquierda o de movimientos ecologistas reproduzcan el modelo, lo hagan suyo y asalten las redes y los medios con ataques personales y mentiras flagrantes para descalificar a personas, instituciones o proyectos.

Personalmente me entristece profundamente que, en un momento tan importante, en Gran Canaria no seamos capaces de llegar a acuerdos transversales, de tener debates maduros sobre las grandes decisiones en los que los desacuerdos no se conviertan en guerras y acusaciones personales. Y me entristece porque esa crispación dificulta y en ocasiones hasta impide el progreso económico y social de Gran Canaria, algo con lo que llevo toda mi vida comprometido.

Confío en que la salida del poder de Trump (y la manera en lo que lo ha hecho) y de otros referentes de la extrema derecha como Salvini, así como la emergencia de una sociedad civil cada día más crítica y activa nos permita dentro de poco dejar atrás el ascenso de la intolerancia e iniciar una nueva etapa de democratización y transformación sostenible de nuestros modelos de desarrollo. Desde el Cabildo de Gran Canaria estamos centrando nuestros esfuerzos para que esto sea así por lo menos en nuestra tierra.

Y para que esto sea posible tenemos que desterrar de nuestro entorno esas maneras manipuladoras, falseadoras de la realidad y descalificadoras de los adversarios políticos porque ya estamos aprendiendo que si no las combatimos nos dirigimos directamente a modelos fascistas y autoritarios que nos ponen la piel de gallina. Tenemos que salir de nuestras zonas de confort y descubrir y denunciar estas prácticas que no son neutrales o inofensivas sino que crean el clima, el ambiente donde soluciones dictatoriales acaban justificándose. Cicerón plantea que la verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio. Y el peligro es mayor cuando millones de personas viven en la incertidumbre o la pobreza y desesperadas se agarran a los nuevos mesías como salvadores de una realidad injusta que esa extrema derecha ha contribuido a crear y que en ningún caso va a resolver como la historia ha demostrado.

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