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El ministro Soria
No hay duda de que Soria ha recogido el fruto de sus campañas en los medios madrileños que han ocultado sus tremendos errores de gestión; los que han sido errores, claro. No les ha llamado la atención a los medios que sea yerbajo fijo en casi todas las potajetas y que no fueran precisamente los psocialistas, como afirman, quienes lo han puesto en la picota sino, más de una vez, gente de su entorno y hasta de su partido. No han reparado en que arrastra una estela de aquí te espero, de las que aconsejan a sentarse a ver. Han llegado incluso a “confundir” prescripción con absolución.
Lo han vendido bien y pueden creerme que les agradezco que se lo queden y poder rebajar aquí el grado de crispación provocado por sus enredinas. Es verdad que su ausencia, relativa porque seguirá dando la lata, no mejorará el patético Gobierno autonómico que padecemos y del que ha sido cómplice hasta que los psocialistas, almas de cántaro, tomaron el relevo para más de lo mismo. Pero al menos el aire estará menos contaminado aunque le ponga la proa desde su nueva responsabilidad a los proyectos que traten de sacar adelante quienes él considera no sus rivales políticos sino sus enemigos personales. Mucho habrá de cambiar Soria para que quienes lo conocen cambien, a su vez, el concepto que les merece.
En este sentido no sé si será relevante, ya veremos, la ácida respuesta de Rajoy en el Congreso al diputado de Compromís, Joan Baldoví. El hombre osó recordarle las barbaridades peperas en Valencia y alrededores y el ya presidente le replicó invocando los resultados electorales levantinos en términos que permiten deducir que Rajoy también equipara éxito electoral y absolución en los tribunales. No hay duda de que está impuesto en la realidad de que la corrupción política tiene premio en España, que la aprovecha y hasta bendice a sus protagonistas si le aportan votos.
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