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En otro mundo

Cristóbal D. Peñate

Hace unos días murieron 150 civiles en Kabul por un atentado terrorista y aquí apenas nos inmutamos. La noticia pasó medio desapercibida a pesar de las víctimas mortales y los 500 heridos. Sin embargo, mueren ocho civiles en Londres por otro ataque yihadista y la maquinaria de todos los medios y las redes sociales se llena de datos, condolencias, exabruptos y maldiciones.

No sabemos si las personas valen menos según dónde vivan o hayan nacido, pero lo que sí es seguro es que nos importa menos que mueran por una bomba decenas de niños afganos a que fallezcan a cuchillo o atropellados ocho adultos en una capital europea.

Participo en varios grupos de WhatsApp en los que suelen saltar rápidamente a escribir lamentos e improperios algunos de sus miembros cada vez que hay un atentado en Europa, pero apenas se inmutan cuando ocurre en un país remoto tercermundista. Es como si pensaran que se lo tienen merecido por brutos o porque la muerte violenta está inmersa en su cultura.

Gritamos y vociferamos cuando hay un atentado menor cerca pero cuando es mayor y lejos lo silenciamos. Es como si aquella gente remota con chilaba nos fuera ajena y no perteneciera al género humano, como si fueran marcianos extraterrestres.

A veces da la impresión de que nos importa un bledo lo que pasa en los otros continentes y que cuando nos lamentamos por un nuevo atentado terrorista no lo hacemos por solidaridad con nuestros congéneres sino para defender nuestra civilización de otras que nos parecen extrañas, salvajes o claramente inferiores, equiparándolas a primates de documentales de La 2.

Nos importa más una bandera o un himno que la vida de otra gente distante que apenas tiene que ver con nosotros, aunque en realidad tiene mucho más que ver de lo que creemos. Son de carne y hueso, como nosotros, y enferman, sangran y mueren. Lo único importante que nos diferencia es que vivimos en otro mundo.

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