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Ochocientos mil euros y un pringado
Ochocientos mil euros. Esa es la cantidad que según los investigadores ganó Pedro de Armas tras pasarse una mañana en una notaría.
El valor que se le atribuye al patrimonio acumulado por José Francisco Reyes con un supuesto origen ilícito es, pura casualidad, también de ochocientos mil euros.
Una misma cantidad y dos realidades muy diferentes, según cuentan las investigaciones:
Pedro de Armas, el verdadero cerebro, el hombre de los contactos, gana con dos firmas en una mañana ochocientos mil euros.
José Francisco Reyes, el tonto útil, el medianero, tiene que hartarse a firmar licencias ilegales para conseguir la misma cantidad. Como muestra un botón: la licencia ilegal con la que Pedro de Armas ganó esos famosos ochocientos mil euros la firmó también José Francisco Reyes.
No es tan raro. En el mundo de la droga no hay ni parecido entre lo que acumula el capo y las migajas que le quedan al camello.
Por lo que parece, a tenor de lo publicado sobre las investigaciones, lo mismo pasaba con la trama de concesión de licencias ilegales: el capo de los contactos gana de una sentada todo lo que ganó el camello de las licencias a lo largo de los años que firmó todo lo que le pusieron por delante.
No se distinguen tan sólo en lo que ha ganado cada uno, que ya es bastante. La diferencia llega a la distinta suerte procesal que han sufrido.
Pedro de Armas, el hombre en la cumbre, está sometido a una investigación que posiblemente complique y mucho su futuro más inmediato. José Francisco Reyes ha tenido que sufrir viendo a su mujer y a sus hijos detenidos y ha cumplido él mismo un largo periodo de prisión provisional.
Pedro de Armas, del que se sospechaba porque siempre pasaba por allí, sigue disponiendo libremente de su patrimonio. José Francisco Reyes ha visto como le embargaban hasta la furgonetita con la que supuestamente amasó su fortuna vendiendo quesos y papas en Fuerteventura.
En esta historia, además de los ochocientos mil euros, hay un pringado cuyo silencio solo puede explicarse o por la promesa de un arreglo en el futuro, o por el miedo de lo que le pueda pasar en el presente. Quizás ambas cosas, por completar el parecido con la mafia.
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