Pateras y coronavirus

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No es fácil para mí quedarme callado, yo que viví cuatro decisivos años al frente de la Delegación del Gobierno de España en Canarias durante la llamada crisis de los cayucos. Cuando percibo estos días en nuestra sociedad preocupantes síntomas de racismo y xenofobia, recuerdo expresiones que estimaba eran cosa del pasado. La pandemia del coronavirus y el reciente incremento de la llegada de pateras a las Islas conforman un cóctel que la desinformación y, directamente, la mala intención, podrían convertir en algo explosivo. Y no debe ser así. 

He observado actitudes muy poco reconfortantes entre algunos ciudadanos y he leído recientemente con mucha preocupación algunos titulares en medios de comunicación que consideran que el principal riesgo de contagio de la Covid-19 está en las personas que llegan a bordo de pateras. Es cierto que han llegado personas a bordo que han dado positivo al ser analizadas. Pero tengamos, por favor, prudencia y decencia al explicar estos mensajes: es falso afirmar que constituyen un peligro para la ciudadanía. 

En un excelente reportaje difundido a nivel nacional en la Cadena SER, el periodista canario Nicolás Castellano exponía hace muy pocos días que, en estos momentos, la frontera al coronavirus más segura del mundo, en referencia a las migraciones, es la canaria. Sucede cada vez que recibimos personas en pateras y cayucos: se hacen análisis a todos y cada uno de los llegados, los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado y profesionales de la sanidad disponen de protocolos muy claros y con las medidas de protección adecuadas para atenderlos con la mayor dignidad y seguridad. Además, los que arriban, entran en cuarentena obligatoria. Me complace constatar, además, que estamos avanzando en disponer de centros de acogida habilitados, adecuados y dignos, para ello. 

Nuestros temores de rebrotes y de una posible segunda ola, agravados por la sensación que ha dejado en nuestros corazones la traumática experiencia de nuestro país con la Covid-19, no pueden simplificarlo todo a que el riesgo está en las personas que llegan a Canarias en patera. Respecto al coronavirus, creo que ese es en realidad ahora mismo el menor de nuestros problemas: A nadie se le esconde que esos estrictos controles no suceden en nuestros aeropuertos, ávidos de recibir turistas para levantar nuestra gravemente herida economía. 

Debemos tener claros varios hechos. Uno, que la inmigración irregular a Canarias seguirá llegando. En África, y especialmente en los países más cercanos a Canarias, la crisis que ha conllevado la Covid-19 está teniendo mucho mayor impacto en lo económico que en lo sanitario. Debemos tenerlo claro y prepararnos para ello. Y dos, que más allá de las soluciones que podamos articular en el corto plazo en Canarias, la solución a este problema se encuentra Europa. Y Europa, ahora centrada en defenderse del coronavirus, parece estar olvidándose de la migración. 

Los datos de hoy. a comienzos de julio, cifran en más de 80 millones las personas en África que a consecuencia de la crisis del coronavirus caerán en la pobreza extrema. Mientras que en la rica Europa crece la venta de libros de gastronomía y abundan los programas de televisión para comernos las estrellas Michelin de tres en tres, la seguridad alimentaria está en grave peligro en nuestros países vecinos.

Lo decía recientemente Sami Naïr en un artículo de opinión en El País: “Elegir ahora olvidar a la inmigración no camuflará los inmigrantes que anhelan llegar a la UE. Por mil razones, la demanda de acogida ira creciendo desde África del norte y subsahariana, los países del Este y Asia”.

Mientras vemos que ese incremento, totalmente predecido, conocido e inevitable a corto plazo, Europa no consigue estar unida ante este fenómeno. 

¿Por qué podemos llegar a acuerdos sobre la Política Agraria Común, Política Monetaria Común... pero todo el mundo asume que es inviable que lleguemos a un acuerdo que permita disponer de una Política Migratoria Común en la Unión Europea? 

Europa está completamente encallada, no solo en establecer un acuerdo, sino tan siquiera en imaginar posturas unificadas entre los 26 para contemplar la política de asilo y, con ello, la reforma de los acuerdos de Dublín sobre la ayuda a los países de primera entrada y un acuerdo para los procedimientos de desembarque de los migrantes rescatados en el mar. En definitiva, un acuerdo para que los países del sur nos sintiéramos arropados y no actuando por nuestra cuenta ante cada llegada que vivimos y, en los casos en que suceden tragedias en el mar, sufrimos. Un acuerdo que, en primer lugar, estableciera la obligatoriedad de socorrer a las personas en riesgo de naufragio en el mar. 

Seguimos siendo europeos y nunca dejaré de creer que eso debe conllevar, por lo menos, que nadie muera en el mar en un intento legítimo de huir de la miseria para, desde un lugar algo más próspero, poder ayudar a los suyos. Por lo pronto, el Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Seguridad, Josep Borrell, explicaba el otro día ante las Cortes españolas que, si bien articular consensos alrededor de los Acuerdos de Dublín está siendo muy complicado, sí se está avanzando en que, con Frontex, Europa disponga de un cuerpo de hasta 10.000 agentes de fronteras con capacidad de desplazarse allá donde sea necesario para atender las emergencias migratorias que surjan en cualquier momento. 

Mi esperanza es que este movimiento sea fundamental en garantizar lo más importante, insisto, que nadie muera en el mar. También me gustaría que, vista la situación que vivimos, esta nueva Guardia Europea de Fronteras y Costas pudiera tener una presencia operativa estable en la comunidad canaria, lo que reforzaría nuestra capacidad de control. 

Es una obviedad decir que el auge de partidos en toda Europa que hacen su bandera del rechazo a lo foráneo explica perfectamente que el diálogo no avance. Además de carecer de empatía por lo más fundamental, que es evitar la muerte de personas, también olvidan, ignoran e incluso mienten sobre la fundamental y necesaria presencia de trabajadores extranjeros en multitud de sectores de nuestra sociedad. 

Nuestra maltrecha economía también necesita de inmigrantes, y, cosas de la vida, se ha demostrado más que nunca en estos meses de confinamiento en uno de los sectores considerados esenciales para que todos los españoles pudiéramos resguardarnos tranquilamente en nuestros domicilios: la agricultura. En nuestro país hay miles de temporeros de origen extranjero. Pensemos en ellos también cada vez que vayamos a la frutería.  

En nuestro caso, además, esa empatía es más necesaria que nunca. Somos la frontera sur de Europa, y en el caso de Canarias, ahora mismo, quizás la ruta más accesible para alcanzar nuestras costas y soñar con un futuro mejor. Pero ello no debe convertir a los inmigrantes en seres peligrosos, invasores y ahora, además, contagiadores del coronavirus. Son seres humanos. Por favor, no perdamos eso de vista nunca.

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