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Podemos y esa cosa que llaman la centralidad
El tiempo nos dirá si Pablo Iglesias y su tropa han venido para quedarse o si lo de Podemos será como el suflé, que cuanto más alto sube más rápido se desinfla luego. Sea suflé u otra cosa, los tíos se lo curran un montón y además saben como se hace, sin duda. Lo de la Asamblea de Vistalegre es de libro: don Pablo consolida su liderazgo, modera su discurso hacia un difuso izquierdismo que pretende encaramarse en la centralidad, y el personal aplaude a rabiar y se vuelve contento a casa, a seguir haciendo país en el espacio virtual, que es un sitio donde las ideas hacen ruido pero menos. Podemos vive en eso que el italiano Francesco Alberoni, sociólogo del amor y de los movimientos sociales, definía como estado naciente. Ahora todo es descubrimiento, entusiasmo y expectativas. En Podemos están tan, pero tan enamorados de sí mismos, tan felices de haberse conocido, que los machos alfa de la tribu pueden dejarse querer por las mayorías sin necesidad de mostrar que lo son. Pablo Iglesias se está convirtiendo en un talismán para los suyos, del tipo que lo fue en el 82 Felipe González para diez millones de personas entusiasmadas, creídas y felices. Lo que pasa es que eso dura lo que dura.
Mientras, Iglesias y Monedero están intentando reescribir la historia de la democracia española con un discurso en el que quieren atraer a la izquierda por ser de izquierdas, a la gente decente por ser decente, y a las clases medias –sea eso lo que sea hoy- porque sin ellas es difícil comerse un rosco en la política europea. A los unos se les agarra con declaraciones contrarias al desahucio y a las privatizaciones, a los otros metiendo la corrupción en el Código Penal, y a los que de verdad inclinan la balanza, prometiéndoles un país de funcionarios bien pagados, pensionistas con pensión y pymes mimadas por la administración. Es una buena estrategia, que llevada hasta el paroxismo incluye modificaciones de última hora muy oportunas, como reconsiderar lo de no pagar la deuda o el no insistir mucho en el salario social, que de algún impuesto habrá que salir, digo yo. Y es que ocupar la centralidad del tablero no es solo cuestión de dar jaques. A veces exige sacrificar alguna figura menor y poner en riesgo otras. O sea, que Podemos está haciendo política, política de la de siempre, que es las menos dañina de las que se han inventado a lo largo de la historia, y además está haciéndolo con precisión leninista, sin confundir nunca los objetivos con los métodos. Aunque algunos creamos que esa es una técnica problemática, porque al final los métodos se meriendan el objetivo, y lo único que nos queda para presumir es el envoltorio de ese objetivo. ¿Y quién diablos va a querer otro envoltorio a estas alturas?
Por el camino, el equipo departamental de costumbre ha logrado algo memorable, como es canalizar la disidencia interna de los Círculos –una marea más marea que la de las batas blanca o los petos amarillos- e integrarla en la figura del pibe Echenique, ché, que jugada, de tal forma que en Podemos Iglesias es ya no solo el líder indiscutido, el que decide cómo se funciona, en qué dirección y cuándo y cuánto, sino también el santo patrón de la disidencia oficial, surgida del mismo equipo y con apenas un par de ideas díscolas sobre lo que más preocupa a todos los partidos (reconozcan o no que lo son) que es como se organiza y reparte el poder en su seno. Lo del pibe de jefe de la oposición interna es la pera: ni Alfonso Guerra en sus tiempos de repartir patentes de socialismo fue capaz de algo tan maquiavélicamente brillante. Yo creo que si el flaco de Sevilla se mete ahora tanto con este joven y avispado político (en busca de la centralidad) que es Pablo Iglesias, es sobre todo porque le tiene envidia. Y no es para menos.
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