La reina ha muerto; el rey paciente no debe perder la cabeza

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La Corona inglesa ha pasado por diversas vicisitudes desde que la entonces joven reina subiese al trono. Lo que en una familia normal sería “normal” se transformaba en escándalo cuando ocurría en la supuestamente sacrosanta y anglicana familia real.

Conocemos el tradicional grito de ¡El rey ha muerto! ¡Viva el Rey! Y lo de “A rey muerto, rey puesto”. Tanto lo uno como lo otro se hicieron esperar largo tiempo ya que el reinado de Isabel II fue el más largo de la historia: 70 anualidades, poniendo a prueba la paciencia del príncipe heredero Carlos (Charles).

Cuando su padre murió en 1952, Isabel se convirtió automáticamente en Jefa de la Mancomunidad de Naciones y reina de los siete países independientes pertenecientes a la tal Commonwealth.

La reina Isabel parecía inmortal, pero ya hace casi una década los republicanos ingleses por boca del director del grupo Republic, Graham Smith, deseaban que la Muerte de la reina fuera un punto de inflexión en la opinión pública, hipnotizada por la pompa y propaganda monárquicas. El que la Muerte de la reina suponga la Muerte también de la institución monárquica es algo que deseaban y desean los republicanos. Por eso cuando hace 6 la reina cumplió los 90 los republicanos exigieron públicamente que a la Muerte de la anciana se hiciera un referéndum sobre la monarquía.   

El periódico The SUN publicó en el 2015 una portada con la foto de 1933 de la Infanta Isabel de 7 años con su madre y hermana, junto al tío, que les dice cómo saludar al estilo fascista y nazi. Corre el 1933 cuando se hizo la foto. Los fascistas de Mussolini están en el Poder y reprimen a todos los partidos democráticos. Y Hitler y los nacionalsocialistas han subido al poder y pronto empezarán con sus leyes racistas y antidemocráticas.

En 2015 apareció la foto sacada de un film (que permaneció secreto hasta su publicación) en el que se ve a la futura reina Isabel II, con solo siete años, haciendo el saludo nazi junto a su hermana Margaret, su madre (la entonces princesa Isabel, duquesa de York) y a su tío Eduardo. Esto produjo una gran conmoción en el Reino Unido pese a la lejanía temporal del pasado siglo.

La foto surge del film en blanco y negro grabado en la década de 1930 en el castillo de Balmoral, la residencia de verano de la Familia Real Británica en Escocia.

La historiadora Karina Urbach, de la Universidad de Londres, explica el interés y simpatía de la Familia Real Británica por el fascismo dado su anticomunismo y cómo las conexiones del duque de Windsor con los nazis pasarían por la España de Franco. E incluso visitan y saludan a Adolfo Hitler.

La reina madre y Jorge VI “apoyaron la política de apaciguamiento hacia Hitler del primer ministro Neville Chamberlain” (el que traicionó a la Segunda República Española y al presidente Negrín) y les costó tiempo entender que Churchill obraba correctamente al plantarse frente a Hitler, aunque “una vez cayeron las bombas sobre el Reino Unido, la reina madre se comportó admirablemente”, aseguró la historiadora. Eso quiere decir, interpreto yo, que no aplaudió a los aviones nazis que bombardearon Londres..

La visión positiva del fascismo que mostraba la familia real estaba relacionada con su anticomunismo. “Creo que es una de las razones por las que algunos miembros de la realeza se sentían atraídos por la idea fascista”, explicó la historiadora Urbach en un alarde de singular inteligencia (esto es irónico para aquellos que no entienden mis artículos).

Y ya en nuestro tiempo, los republicanos británicos hacían hincapié en que el sucesor príncipe Carlos no resultaba del agrado de todo el mundo. A diferencia de la reina que no solía pronunciarse, tanto el príncipe sucesor como su propio hijo suelen expresarse públicamente con opinión propia que no cae bien a todos y muchos reclaman que se mantengan neutrales o silenciosos.

¿Republic?

 El grupo republicano inglés Republic que tiene unos 120.000 miembros dice contar, según las encuestas, con unos 10 o 12 millones de ciudadanos británicos que prefieren prescindir de la realeza. Afirman que el apoyo a la monarquía es superficial y basado en creencias falsas y que la imagen de la reina como representación nacional con la que había crecido la mayoría de los ciudadanos era un producto de la propaganda y de la aristocracia oligárquica que domina medios informativos e instituciones políticas.

El Grupo Republic insiste en que hay “mitos infundados” alrededor de la Monarquía como el de que “atrae turismo” o que “es neutral” y “representa” al pueblo, cuando en realidad por ley la reina hace lo que dicta el Gobierno de turno, aunque ella encabece las Fuerzas Armadas y la Iglesia Anglicana de Inglaterra. Eso hacía de la reina una especie de Papisa anglicana aunque nunca se pronunciase sobre las doctrinas y teologías. El Republic recuerda que la institución monárquica cuesta a los contribuyentes unos 350 millones de libras (según el cambio, serían más o menos unos 410 millones de euros).

El debate institucional sobre cambio de régimen parece ausente en Inglaterra y la juventud ha sido educada en la creencia de que defender una república en el Reino Unido es “defender valores extranjeros” (recuérdese el resultado del Brexit en que las viejas generaciones pensaban que volverían al Imperio).

Pero tanto Inglaterra y Gales, como más tarde Escocia e Irlanda, fueron incorporadas al Estado inglés durante un breve periodo republicano conocido como Commonwealth entre 1649 y 1660, tras la ejecución del rey Carlos I, decapitado por “delito de alta traición” durante la Guerra civil que capitaneaba Oliver Cromwell, con complejas motivaciones religiosas y políticas.

El paciente rey Carlos III no debe perder la cabeza

Ha pasado tiempo. Siglos. Pero la Historia no se olvida y hay quienes aconsejan al septuagenario que sube al trono como Carlos III que no pierda la cabeza con ideas modernas ni demasiado progresistas, ya que siendo un rey divorciado y casado en segundas nupcias no es simpático a quienes recuerdan cómo trató a la princesa Diana, conocida popularmente como “reina de los corazones”.

Hace pues muchos centenios, allá por 1640, el entonces rey, Carlos I, intentó emular a los monarcas absolutistas de Francia y España. Y lo pagó caro.

“Hubo una crisis constitucional. Carlos I pretendió hacerse más fuerte, al estilo de los monarcas absolutistas de Francia y España, pero en un momento en el que estaba en una posición débil: no tenía suficiente dinero. Él dependía del ingreso de los terratenientes, cuyas rentas no se incrementaban y la inflación aumentaba porque había una creciente burocracia estatal a la que pagar.

“La Corona dependía del Parlamento para recaudar fondos y cuando éste no accedió a ello, el monarca intentó subir los impuestos sin contar con el Parlamento, lo que produjo una crisis constitucional”, explica el historiador Blair Worden.

Al mismo tiempo, había una crisis religiosa por la insistencia del monarca en imponer las prácticas anglicanas sobre la Iglesia en Escocia, algo a lo que los escoceses se opusieron dando lugar a las llamadas “guerras de los obispos”.

“La tercera es una crisis británica, porque los reyes de Inglaterra también eran soberanos de Escocia e Irlanda. A inicios del siglo XVII, los ingleses estaban tomando tierras en Irlanda, lo que generó una revuelta local contra ellos, de tal forma que, en torno a 1640, coinciden la crisis política y religiosa con la crisis entre Inglaterra, Escocia e Irlanda”, apunta certeramente Blair Worden.

La guerra civil acaba con el triunfo del Parlamento sobre Carlos I, aunque los acontecimientos tomarían un giro que hasta entonces nadie había previsto. “Para ganar la guerra, el Parlamento tuvo que reclutar un ejército que se volvió muy radical y revolucionario y, en 1649, como resultado de la presión de esa fuerza, el rey fue ejecutado y la monarquía abolida. La Cámara de los Lores, también fue disuelta y eliminada. Eran cosas que nadie había imaginado en 1642, cuando se inició la guerra”.

Carlos I juzgado por traición a su pueblo y condenado a morir decapitado. Perdió trono y cabeza.

La decapitación de Charles I fue precedida por otro evento revolucionario: su enjuiciamiento y condena a muerte acusado de “alta traición” contra su reino.

“Este era un concepto muy nuevo. Normalmente, la gente era enjuiciada por traición porque habían actuado contra el rey y ellos inventaron la doctrina de que era el monarca quien había traicionado a sus súbditos”, apareciendo que es el pueblo el depositario del Poder y no el rey.

Para asegurarse de que el procedimiento transcurriera según sus objetivos, el ejército -liderado por Oliver Cromwell- se encargó de purgar al Parlamento, evitando por la fuerza que aquellos de sus miembros que no estuvieran de acuerdo con el juicio y condena del monarca pudieran participar en el proceso.

 Ni reino ni formalmente república, sino mancomunidad

Tras la abolición de la monarquía se constituyó una nueva forma de gobierno llamada Mancomunidad de Inglaterra. Había un Consejo de Estado, electo por los miembros del Parlamento, que ejercía el poder ejecutivo con una jefatura rotatoria. Los palacios reales fueron puestos a la venta, con excepción de unos pocos conservados para el Consejo de Estado, y el pueblo de Inglaterra fue declarado como el poder soberano“, aclaró en una entrevista a la BBC Mundo la historiadora Anna Keay, autora del libro The Restless Republic: Britain without a Crown (La república inquieta: Gran Bretaña sin corona).

Una ola reformista que incluyó cambios en la Iglesia, hizo a esta mucho más protestante en sus rituales. Además, en ese periodo el Reino Unido tuvo la primera Constitución escrita de su historia.

La historiadora Anna Keay afirma que el período republicano estuvo marcado por muchos cambios y debate intelectual. “Hubo muchos cambios en la forma en la que la gente vivía su vida. Así, por ejemplo, las bodas ya no se realizaban en iglesias, pues se convirtieron en actos seculares. Y cualquiera que hubiera luchado de parte de Carlos I durante la guerra civil tenía prohibido participar en el gobierno del país”.

Este gobierno parlamentario se extendería por unos cuatro años y, según explica Blair Worden, fue acusado de ser “tan tiránico” como había sido el rey, pues combinaba los poderes ejecutivos y legislativos sin que existiera ningún contrapeso. El poder se concentraría aún más a partir de 1653 cuando, luego de un golpe de Estado que disolvería el Parlamento, Oliver Cromwell se erige en “Lord Protector” de la nación.

“Es como si Cromwell hubiera medio restaurado la monarquía. Él no es llamado rey. Sus poderes están circunscritos, pero es una suerte de retorno al mandato de un solo gobernante con parlamentos que son convocados de forma regular y que tienen sus poderes constitucionales garantizados. Él no usa corona, pero quiere tener el poder de un rey. Quiere ser capaz de ejercitar el poder y lograr que sus políticas se apliquen. Pero también le preocupa ser acusado de usurpador”, comenta Worden.

A su favor, Cromwell tenía el prestigio que había acumulado como jefe militar durante la guerra contra Carlos I, así como en las guerras siguientes en las que derrotó a las fuerzas favorables a la monarquía en Escocia e Irlanda, incorporando estos territorios a la Mancomunidad.

Por otra parte, el estadista era un gran defensor de la libertad de conciencia y de la libertad de religión, algo que quedaría como legado.

“Es un periodo de gran debate y no hay gobierno que realmente pueda controlar la libertad de expresión. Hay una gran expansión de las publicaciones impresas: panfletos, libros, periódicos. Es una suerte de experimento extraordinario en teología, con grupos religiosos discutiendo unos con otros y hay un gran debate sobre el principio de la libertad de conciencia”, explica Worden.

Cromwell fallece en 1658 y, en su lugar, su hijo Richard es nombrado como nuevo Lord Protector, pero este no logra conservar el poder y poco tiempo después se reinstaura la monarquía.

Así, en mayo de 1660 el Parlamento acordó la restauración de la monarquía, tras lo cual asumió el poder Carlos II, hijo del difunto Carlos I. Carlos II que se convertiría al catolicismo en su lecho de muerte tuvo una vida disoluta llegando a reconocer 14 hijos bastardos. Poco que ver con el actual puritanismo de la casa real británica.

Quedó un esquema político con un gobierno, una oposición que se supone se odian entre sí. Tal esquema se ve a finales del siglo XVII, cuando los primeros dos partidos políticos, el Partido Tory y el Partido Whig, son la continuación del Partido Realista y el Partido Parlamentario en las guerras civiles“. Y la historiadora Anna Keay, por su parte, afirma que aunque fue un fracaso constitucional esta etapa dejó un ”maravilloso“ legado.

“Fue un período de inmensa energía, actividad intelectual y cambio. El analfabetismo se casi erradicó. Se empezó a publicar y leer periódicos de forma regular. La idea de que el Parlamento podía ser un cuerpo soberano cobró verdadera relevancia, así como la noción de tolerancia religiosa que no solamente era una idea aceptable, sino que fue practicada durante un tiempo.

“También tuvo un gran impulso la investigación científica, a medida que nuevas ideas eran probadas y había una mentalidad más abierta hacia nuevas formas de hacer las cosas”, dice la historiadora. Las publicaciones impresas vivieron un gran auge durante los años de la Mancomunidad.

Desde el punto de vista político, el Ejército republicano de Cromwell tomó el control de Irlanda y de Escocia, uniendo políticamente a Inglaterra por primera vez. “Así que, aunque las estructuras políticas no duraron, los cambios que fueron posibles debido a la agitación y radicalismos de este periodo republicano se tornarían muy importantes en el desarrollo de las Islas Británicas en las décadas y siglos posteriores”, afirma Anna Keay.

Destaca que aunque el reinado de Carlos II significó la restauración de la monarquía en unos términos muy similares a los de Carlos I, en 1688 hubo una serie de cambios políticos que realmente transformaron el régimen al establecer la obligación del rey de consultar con el Parlamento, así como la convocatoria de ese poder legislativo al menos una vez cada tres años. Además, se instauraba la necesidad de hacer cumplir legalmente la tolerancia religiosa y la libertad de prensa.

“De esa forma, una generación después de la restauración de la monarquía, grandes cambios que eran una suerte de legado de los años republicanos entrarían en vigor y cambiarían la monarquía para convertirla, en esencia, en una monarquía constitucional”, concluye Anna Keay.

En 2022 no se usa la guillotina y existe la OTAN

Dicen que “muerto el perro se acabó la rabia”, pero esto no es aplicable a la Monarquía inglesa.

La Muerte de la Reina, independientemente de las simpatías o antipatías existentes hacia su persona no desatarán un proceso constituyente ni tampoco el sucesor real, Carlos III, corre peligro de perder la cabeza como su antecesor Carlos I, no sólo porque ya no se usa la guillotina ni la pena de muerte. Así que aunque se saquen a relucir fotos con saludos hitlerianos o se recuerden las enemistades contra la Princesa Diana, la opinión mayoritaria no parece inclinada a la solución republicana.

Las únicas nubes tormentosas en el horizonte provenían del mentiroso conservador Johnson y del conflicto bélico de Ucrania, pero la ampliación de la poderosa OTAN pueden significar un freno a los impulsos republicanistas ingleses ya que nadie quiere hacerle el juego a Putin y sus ejércitos.

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