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Más sanguijuelas al anémico enfermo
Gran revuelo ha causado la penúltima recomendación del FMI a España. La nueva propuesta, sugerencia, de este organismo internacional, como sin duda sabrá la persona lectora, consiste en que se reduzcan un 10% los salarios en los próximos dos años. De esta forma, sostienen, se conseguiría un incremento en el empleo de siete puntos , amén de una subida del PIB. ¡Funesto error!
De entrada, no acierto a comprender el prestigio de que goza este organismo. Si analizáramos su trayectoria y las propuestas que han planteado, ya desde hace décadas, incluso, observaríamos que son numerosas las ocasiones en que yerran. Eso sí: siempre en el mismo sentido. Aquella en la que sale perjudicada la clase popular, mientras se beneficia a los grandes capitales, las grandes empresas, las grandes fortunas. Siempre igual.
Pero volvamos al propósito.
¿Recuerda usted cuando el FMI elogiaba a la modélica Irlanda? Ya antes de 2008 era como la alumna brillante, como el alumno disciplinado y cumplidor. Sin embargo, eso no evitó que (léase, precisamente por eso) fuera el primer país en caer en una profunda crisis, tras Lehman Brothers. Crisis contra la cual aplicó las consabidas medidas de austeridad, entre ellas los recortes salvajes de salarios. Según el insigne organismo, ello supondría un crecimiento del 1% del PIB en dicha nación. Pues bien, cayó un 11%...
Y exactamente lo mismo ha ido ocurriendo con sus propuestas para Grecia, Portugal y España. Y si siguiéramos disertando sobre el injustificado prestigio de esta institución, también podríamos mencionar, por ejemplo, la década perdida de America Latina. Y así sucesivamente.
En suma, no parece un criterio de autoridad sólido que una propuesta sea planteada por el FMI. Una, porque yerran con frecuencia. Dos, y más grave, porque siempre lo hacen en la misma dirección.
Lo cual demuestra, o bien una oceánica ignorancia de los economistas que allí trabajan, ligada a una pueril tozudez o fanatismo ideológico, o bien un plan frío y calculador para favorecer a una inmensa minoría.
Y fíjese en que obvio los altos salarios que perciben sus directores, así como la circunstancia de que sus últimos directores han estado involucrados en casos de corrupción. Como Rodrigo Rato, por ejemplo. De quien además padecemos tanto su pésima gestión como ministro de economía, el polvo de los actuales lodos, como la siniestra actuación en Bankia, que hemos pagado todos los españoles. Bueno, casi todos.
Pero vayamos al fondo del asunto. Porque la idea de que es necesario, o al menos recomendable, bajar salarios para aumentar la competitividad es una idea bastante extendida. Es un dogma neoliberal. Y como tantos otros, se ha extendido por doquier, debido, principalmente, al poderío mediático de la derecha económica y política.
Bien sabido es que la competitividad de un país es la capacidad de éste para vender sus productos en el mercado internacional, compitiendo, lógicamente, con otros países.
El fundamento de la tesis que combatimos radica en que si bajan los salarios de las personas trabajadoras, podrán, análogamente, disminuirse los precios de los productos. Así, esta mercancía podrá, siendo más barata, venderse con más facilidad. El aumento de las ventas en el mercado exterior permitiría a estas empresas contratar a más personas, disminuyendo así el paro, sostiene esta teoría. Pero yerran.
Ya de entrada, podríamos disertar sobre las circunstancias de una economía en la que todos los países deben ser competitivos. Esto es: todos deben tener una balanza comercial positiva. Deben vender más de lo que compran. Esto, de entrada, es imposible. Y de salida, también. Pero lo obviaremos en esta ocasión.
Admitiendo la necesidad de ser competitivos, bien estaría que lo fuéramos por un incremento de la productividad, o sea, un aumento de la producción por trabajador u hora de trabajo.
De ello se puede inferir que es necesaria una fuerte inversión en tecnología, investigación y educación. O sea, exactamente lo contrario de lo que ha hecho el gobierno neoliberal, en lo económico, y ultraconservador, en lo político, del PP en este desdichado año y medio de mandato.
Asimismo, es conveniente, mejor dicho, necesario, un estudio y actuación en consecuencia, para mejorar la salud y el rendimiento de las personas, el ambiente y sus condiciones laborales, los horarios y la compatibilidad de estos con su vida social, el descanso, etc., la mejora en los sistemas de transportes (no tanto los trenes de alta velocidad, como tantos otros medios de transportes, que son los que en realidad usa la clase popular). E incluso, un salario digno, que reconforte y estimule a las personas trabajadoras.
Todo ello costará dinero, dirán. Cierto, repongo. Pero, por un lado, ese dinero tendrá un efecto multiplicador en el medio plazo. Y, además, es que ese dinero está. Existe. Urge una reforma fiscal profunda para sacarlo de donde lo hay. Que ya lo creo que lo hay. Y una lucha feroz contra el fraude fiscal y la economía en negro. De ello, podríamos hablar otro día. Ahora continuemos.
Ya hemos expuesto, frente a la tesis de la bajada de los salarios, la otra opción lógica, sensata, para incrementar la competitividad, sin empobrecer, aún más, a la población. Sin acentuar, aún más, la recesión.
Pero es que además la bajada de salarios es inútil, pues algunos países, China, sobre todo, siempre tendrán sueldos más bajos.
Sin embargo, lo más grave es que la bajada de salarios es contraproducente.
Si bien a primera vista, a una empresaria le puede parecer positiva la bajada de salarios a las personas que tiene empleadas, porque aumentaría sus beneficios, lo cierto es que si todas las personas pasasen a cobrar menos, habría una caída brusca del consumo. O sea, si yo tuviera una librería, una heladería o una fábrica de bolsos, me podría interesar bajar los sueldos a quienes trabajan para mí. Con todo, si al resto de las personas también les bajan el sueldo, lo cierto es que tendría mucha menos gente que me compre libros, helados o bolsos. Y tendré que acabar despidiendo personal. Y, lo peor, cerrando, mi tienda, mi negocio, mi empresa.
Precisamente eso es lo que está ocurriendo en España. Más del 80% de las empresas son pequeñas o medianas. Viven de la demanda interna, del consumo. Y justo porque este consumo ha disminuido radicalmente en estos años, estas empresas no paran de despedir y cerrar. Pasee usted por una calle céntrica de Madrid, Barcelona, Sevilla o Las Palmas de Gran Canaria. Verá, por doquier, locales cerrados, con el cartel de “se vende” o “se alquila”. E incluso, desesperadamente, los dos a la vez.
Esto, que en nuestro país comenzó cuando, con el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, y a falta de un modelo productivo serio, cientos de miles de personas que trabajaban en la construcción quedaron en paro y disminuyeron drásticamente su consumo, se acentuó luego, cuando otros vieron disminuido sus salarios, especialmente, tras la última y siniestra reforma laboral. Y para colmo, también a los empleados públicos, que por su estabilidad laboral, podrían consumir más y contribuir a la mejora de la economía, incrementando la demanda, y por ende, la producción y el crecimiento, se les congela reiteradamente el sueldo y se les suprime la paga extra. En suma, que aquí ya no hay quien consuma, quien compre, quien gaste. El que no está parado, simplemente, cobra menos. A veces, mucho menos.
Y ese menor consumo, provoca, insistimos, despido de trabajadores. Si a mi supuesta heladería vienen menos clientes, porque cobran menos, me veré obligado a despedir a una, dos, tres personas. Si vienen muchos menos clientes, quizá tenga que despedir a todos y cerrar, y de paso, voy al paro yo también. Ese es, precisamente, el siniestro círculo vicioso que se viene produciendo en España y en otros países. Esa continua disminución del consumo, de la demanda, junto a la drástica reducción del crédito a las pequeñas y medianas empresas , que lo necesitan (las grandes ya tienen otras vías de financiación), es lo que ha provocado el cierre de miles de PYMES, justo las que dan (daban) trabajo a la gran mayoría de las personas en España. Y en esa perversa situación quieren que continuemos, por lo visto.
Y quieren que continuemos así, porque a las grandes fortunas, esta recesión, esta pobreza, esta miseria, no les afecta.
Porque a muchas grandes empresas que venden sus productos al exterior, las bajadas de salarios sí que les favorecen, puesto que sus clientes están fuera. O sea, a éstas no les afectan las bajadas de sueldos generalizadas en nuestro país. El problema es que estas empresas, grandes empresas, son pocas. Y no van a tirar de toda la economía. La mayoría, las pequeñas y medianas, viven del consumo interno. Si disminuye la demanda agregada, entre otras razones por las bajadas de sueldos, las empresas seguirán condenadas a despedir y a cerrar.
Además de estas grandes empresas que viven de la exportación, otras a las que estas bajadas de salarios sí les benefician son las de algunos sectores concretos, como la alimentación. Lógico. Por mucho que a usted y a mí nos recorten el sueldo, en lo último en lo que dejaríamos de gastar sería en la cesta de la compra.
Pero, además, no es sólo que no tenga evidencia empírica la teoría de bajar salarios para aumentar el empleo. No es sólo que vaya contra la lógica, según he tratado de explicar. Es que también se ha comprobado en varios países, empezando por el nuestro, que la bajada de salarios jamás ha provocado un aumento del trabajo. En España los salarios ya han disminuido considerablemente. Y se sigue destruyendo empleo. E incluso existen estudios, como el de Galbraith y Chowdhury, por citar solo uno, que sostienen que en Europa, entre finales del siglo XX y comienzos del actual, ha sucedido justo al revés: el aumento del salario ha estado unido a un aumento del empleo y viceversa.
En suma, debemos ser competitivos. Claro. Conviene crecer. Por supuesto. Otro día podemos hablar de crecer y repartir al mismo tiempo. De crecer dónde y cómo. De crecer de forma sostenible. E incluso de hasta cuándo crecer. Por ahora convengamos en que necesitamos crecer. Pero para ello, el eje no tiene que ser el beneficio empresarial como sostienen los neoliberales, sino más bien, el consumo interno. Por lo tanto, no conviene disminuir salarios, ni públicos ni privados. Ah, ni prestaciones. Y de paso, podríamos subir el salario mínimo (y las pensiones mínimas) y acercarlo a la media europea. También debemos mejorar nuestra balanza comercial. Cierto. Pero aumentando la productividad. Repito. Y, finalmente, es adecuado realizar una gran inversión pública que estimule la economía. Imprescindible. Es lo que se ha hecho en situaciones de crisis parecidas en el siglo XX, con muy buenos resultados. Ya lo sabemos.
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