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Servidores públicos

José Manuel Balbuena Castellano / José M. Balbuena

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O sea, que deberá empezar allí donde han saltado escándalos o actuaciones poco ortodoxas, como en Valencia, en Castellón, en Baleares, sin olvidar en Canarias donde hay varios “affaires” poco aclarados, o quizás nada aclarados, en los que han intervenido no sólo el PP, sino otros partidos, como CC, el PSOE, y posiblemente alguno más.

Ante de continuar quiero expresar mi pesar por lo que está ocurriendo con el juez Garzón, que se ha sentado en el banquillo de los acusados, debido a una serie de factores como la envidia de determinados miembros de la judicatura; la oposición de ciertos partidos del país a que se investiguen sus irregularidades, en su creencia de que constituyen una casta privilegiada que no está sometida a las leyes, etc. etc. Lo que le está ocurriendo al señor Garzón es una especie de mundo al revés. El que deshace entuertos, investiga (con autorización de la Fiscalía) el que intenta que no haya en este país gente que defraude a Hacienda, en paraíso fiscales; el que desea que se castigue a dictadores y ladrones, etc. etc., es cazado como si fuera un delincuente vulgar, mientras que los que han actuado como chorizos se frotan las manos de satisfacción.

Por eso digo al señor Montoro que lo que él propone está muy bien, si antes modificamos en España el Código Penal y se establece que será punible la mala gestión de los políticos, sus actuaciones ilegales, la utilización de fondos públicos para su beneficio o para el de sus amigos., etc. Es en esta cuestión donde se debe profundizar y no en deseos y frases elocuentes y hasta demagógicas. Entonces veríamos (aunque sin sorpresa) que habría muchos políticos que dejarían de aspirar a ocupar cargos de importancia, donde saben que van a estar vigilados y que tendrán que dar cuenta de sus acciones, y por supuesto, se les acabarían los privilegios de los que ahora gozan (y su impunidad).

En una democracia, en un estado de derecho, no son buenos los ejemplos que ofrecen bastantes señores y señoras, que han tomado la política como su único oficio (debe ser que han fracasado en sus propias carreras o profesiones) y con la maligna intención de medrar, o sacar el mejor partido, en vez de ocuparse de ejercer como probos servidores de su pueblo, de su ciudad, de su autonomía o de su país.

Lo curioso es que España tiene una democracia que es muy joven, si la comparamos con la de ciertos países europeos y, sin embargo, vemos como se ha maleado, se ha contaminado, y ha desencantado a muchos de los que realmente creen en este sistema político.

Los políticos de vocación deben dar ejemplo y, por tanto, los primeros en ser austeros, en rechazar privilegios (pensiones vitalicias, sueldos elevados, mala utilización del dinero público, etc.) y en no saltarse las normas y si hablamos de Justicia, tampoco puede haber un rasero para ellos y otro para los ciudadanos corrientes. Pues no señor, parece que en este extraño país que se llama España, el ser político no lleva ningún riesgo, ni ninguna responsabilidad, si se ha obrado mal, y, mientras los demás hablamos de crisis, de pérdidas de empleo, o de poder adquisitivo, ellos no entran en ese juego y la tormenta exterior no les afecta porque están blindados. Y eso no es justo. Entonces habrá que buscar Justicia, y ésta, que se supone que es imparcial, debe establecer las reglas y las normas para que todo el mundo (incluidos los políticos) tenga bien claro a qué debe atenerse si no actúa correctamente al ejercer sus funciones. La honradez, la responsabilidad, la preocupación (y ocupación) por el bienestar público deben ser las directrices y premisas que tendría que seguir un buen político, un buen servidor público.

Por tanto, en España necesitamos que se reforme la Constitución, que mejoren los Estatutos de Autonomía, que se renueve profundamente el Código Penal (y el funcionamiento de la Justicia en toda su extensión, evitando, por ejemplo, su politización, o una interpretación sesgada de la misma y no perdamos más el tiempo lamentándonos por lo que no tenemos y lo que deberíamos hacer. Al mismo tiempo, tendríamos que trabajar para que se refuerce la democracia y no seguir el camino contrario que la conduce al envilecimiento y a la pérdida de credibilidad. Para que funcionen las instituciones e, incluso, eliminemos las que no sirven para nada, como es el caso del Senado, (bajo mi punto de vista) que, además, produce un gasto innecesario. Para que mejoren los servicios públicos, sanidad, educación, etc. y se enseñe a la sociedad, desde la infancia, a convivir y a ser buenos y honrados ciudadanos. Lo que no podemos hacer es que seamos cómplices para lograr que la democracia fracase. Y fracasará si no la renovamos y si no ampliamos la participación ciudadana.

Además, creo que debería exigírsele a quienes quieren intervenir en la vida política un cierto nivel ético y académico. Por eso convendría que tuviésemos listas abiertas para rechazar a aquellos que sepamos que no dan la talla y no merecen ejercer un cargo de responsabilidad.

José M. Balbuena

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