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Sorolla, la pureza del arte del natural

Teo Mesa

En la sala de exposiciones plásticas del centro San Martín de la capital grancanaria, se presentó el tema pictórico monográfico cuyo título es: Sorolla, el color del mar. El mar es todo el argumento de las obras presentadas. Mar, personas y litoral que continuamente representó desde su atalaya de absoluta subjetividad y complacencia en la hechura plasmativa, que interpretado grosso modo en todas las variaciones oteadas y por el magno pintor ejercitadas durante tantos años de actividad artística y de plena labor creadora ante el paisaje del natural y concretamente de las marinas.

Con esta dinámica y vivificante masa líquida que penetró conspicuamente en su retina desde la primera infancia como un estigma zen, con la que empatizó en los abisales de su memoria estética y en los paroxismos internos de sus sentires, encontrando en él una fuente inagotable de versiones plásticas infinitas. Cuenta el maestro valenciano con un gran número de obras en apuntes del natural y de mediano formato en su mayoría, pintadas todas a plena luz del día y en el mismo ambiente natural; o sea, fue un pintor plenairista, al puro estilo de los impresionistas franceses.

Esta muestra está complementada con un excelso catálogo como muy pocos se editan, por lo que es un catón en contenidos didácticos y de sapientes conceptos artísticos, desmenuzados de la obra marina sorollesca. Todo un ejemplo de un estudioso comisariado técnico-artístico. El compendio de obras al óleo exhibidas tiene un periodo desde 1880 hasta 1919.

La dura infancia de Joaquín Sorolla Bastida, por haber tenido la orfandad de sus dos progenitores a una temprana edad, hizo que fuera acogido por sus tíos y ganarse el sustento de ayudante en la herrería familiar, con un severo trabajo durante todo el día. Por sus aptitudes innatas, asistió a las clases nocturnas de dibujo que impartían el escultor Cayetano Capuz y el pintor José Estruch, en 1877. Allí desveló muy pronto su especial talento para la pintura e innatas habilidades técnicas, completando luego su formación en la Academia San Carlos, de Valencia. Otro de los artistas que influyeran en el estilo, dibujo y expresiones pictóricas del joven prometedor Sorolla, fue el pintor valenciano Ignacio Pinazo Camarlench, con quien tiene un parecido estilístico considerablemente emparentado. Sorolla fue poseedor de gran dibujo y captación de la psicología de los personajes plasmados en sus retratos, prueba de ello es, el magno retrato a su buen amigo don Benito Pérez Galdós, en el captó al escritor en su mejor expresión personal, en el año 1894, siendo éste uno de los más acertados retratos que se le pintara al dramaturgo grancanario. También le realiza otro en 1915, para la Hispanic Society de Nueva York.

El talento sorollesco y su progresión artística en la pintura con nuevos conceptos renovadores, hace que sea considerado como el precursor de la auténtica renovación de las artes hispanas durante las dos últimas décadas del siglo XIX, implantando como gran novedad en la pintura española el luminismo al paisaje y a las figuras que retrató. Descubrimiento que hizo en un viaje a París, en la contemplación del arte de los Impresionistas, descubre también en ellos las grandezas y virtudes técnicas de este arte nuevo, de vanguardia y antiacadémico, con unos modos expresivos muy desconocidos por tierras hispanas, y con éstos se congració en esa marera de hacer otro estilo de pintura y en un aprendizaje indirecto de Manet, Monet, Renoir, Edgar Degás, Toulouse Lautrec, etc.

En la Ciudad de la Luz, donde pasó unos meses en el año 1885, disfrutando de la desbordante alegría parisina y pintando: cafés, calles, bulevares, gentíos callejeros, pintura à plein air –en plena luz natural–, etc., donde se le reveló, además, de un exacerbado realismo influenciado por Bastien Lepage y en la temática y técnica de los impresionistas: movimiento, luminosidad absoluta de contrastes, captación de los instantes de las acciones de las personas, pincelada ancha, suelta y rápida. Dibujos imprecisos o indefinidos en los contornos sin relamidos ni difuminados, cromías limpias y pocos mezclados con fondos de los soportes en blanco, y en pocas y precisas horas para pintar bajo la misma luz diurna.

El mar como elemento de vida y movedizo, los aparejos y gentes relacionadas con la mar: trabajo de pescadores, barcas y velas, orillas y acantilados (temas idóneos también, para los Impresionistas); y la representación de dibujo y color directos a la luz del día, sobre el motivo a pintar fueron su leit motiv. “El natural”, decía Sorolla, era la única razón y motivación en su expresión plástica, hasta que ésta le hacía llagar a una apasionada demencia pasajera, deleitada por esta pintura del natural. Este delirio por la pintura del natural, trabajado en el mismo contexto paisajístico, viviendo y palpando todos sus detalles ambientales, le llevó a mitificarlo hasta el extremo de cautivar su ego en sus vibrantes estados de ánimos alterados ante tan bellas imágenes del paisaje, para ser absorbidas e interpretadas por su exquisita sensibilidad.

Su discurso pictórico se basó en captar la luz mediterránea (y del norte peninsular), cambiantes en todo momento, y en petrificar el movimiento de los elementos a dibujar, etc. Por ello, se requería de un estudio de rápida asimilación plasmativa: tener un claro concepto del tema a desarrollar; dibujo esquemático; analítico y rápida concepción del ambiente, etc. “Me sería imposible pintar despacio al aire libre, aunque quisiera... Hay que pintar deprisa, porque ¡cuánto se pierde, fugaz, que no vuelve a encontrarse!”, escribía en sus reflexiones artísticas. Después de varias experimentaciones en esta renovadora tendencia, su primera obra de carácter neoimpresionista será Cosiendo la vela, de 1896.

Se presentan como estudios previos en la muestra una serie de apuntes del natural en formatos muy pequeños que son una delicia pictórica. No tienen éstos el valor para ser considerados piezas maestras, en parangón con otras piezas más elaboradas y de mayor tamaño. Tienen la virtud de haber sido ejecutados en un estado emocional de nula presión interna, en el que la frescura de mente en esta práctica queda liberada de toda imposición estilística formal, estando sujetos solo al momento anímico de la actuación pictórica en la que el dibujo es suelto e impreciso; cromías de corta mezcolanza y espontáneas; estudios sintéticos de las formas del paisaje; y la composición, no sufre la obsesión de lo estrictamente ordenado. Pero el público que contempla y acepta las obras y los cánones del mercado, por extraños estigmas inherentes en el sentir del ser humano, no acepta estas valiosas pinturas como obras de arte finalizadas. El arte es una expresión liberada del sentir anímico del artista y estos apuntes lo son.

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