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El sufrimiento es sano

José A. Alemán / José A. Alemán

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No insistiré en el trecho que va del dicho al hecho pepero. Ya cansa. Indignaciones aparte, solo siento malsana curiosidad por ver cómo presentará la subida del IVA para que no lo parezca. Es difícil superar el hito de convertir los 100.000 millones para los bancos en una simple “línea de crédito” que no afectaría en su devolución al ciudadanaje ni se computaría, qué va, como déficit. Lo disculpan las prisas por llegar al fútbol, pero los desmentidos de los organismos financieros internacionales evidenciaron su caradura: la disposición de ese dinero implica exigencias fiscales y bancarias y la presencia constante en España de los “hombres de negro”, no vaya a reproducirse el saqueo. Todo, en fin, seguirá por el estilo, pero peor. Pagaremos más los de siempre y no esperemos el menor gesto de piedad: me da que Rajoy va de Schumpeter, uno de los principales teóricos del neoliberalismo, que consideraba el sufrimiento social (de los de abajo, se entiende) purificador y una necesidad económica de tal calibre que sería grave error mitigarlo; error que no cometerá Rajoy, of course. Antes de fin de mes vendrán los primeros 30.000 millones si se aceptan, que se aceptarán, las condiciones de lo que realmente será una intervención en toda regla; aunque, dicen, algo más suave que las de Grecia, Irlanda y Portugal.

Por otro lado, casi cambiando de tercio, diría que no (mal)vivimos solo una crisis económica y financiera y que lo que está en la cuerda floja es el sistema capitalista tal y como lo conocemos. También la democracia, que no gusta mucho al gran dinero que la ignora, la pervierte o la manipula. Pero si quieren calentarse menos la cabeza la dejaré en crisis política en la que han naufragado valores muy queridos de aquella burguesía que quería hacer de sus hijos hombres de provecho y les insuflaban sentido de la honradez, ciertas formas de honestidad y algunas dosis rebajadas de calvinismo. Los marxistas de prontuario y mitin de cafetería consideraban esos digamos ideales pruritos de pequeños burgueses; a los que no pudieron erradicar y que ahora están de ser exterminados por la ferocidad del capitalismo. Por cierto: en hablando de capitalismo, diréles que durante los años 40 del siglo pasado preocuparon tanto a los USA las connotaciones peyorativas del palabro que el Departamento de Educación de Texas reemplazó en los libros de texto “capitalismo” por la denominación más tranquilizadora y engañosa de “sistema de libre competencia”. Para que luego rajen de las comunidades autónomas. Habría que recuperar el léxico y llamar las cosas por su nombre.

La actual crisis no se manifiesta igual en todos sitios y en España, el PP la hizo legado de Zapatero y atribuye los nuevos sufrimientos a imposición europea: los culpables siempre son los otros. Una vuelta de tuerca más y convocan a la población a acudir a la Plaza de Oriente. Pero puestos en plan legado, no es chico el de la derechona pepera que ha impedido la generación de un clima social que estimule y ayude a los remeros. Hagan memoria, si no.

En la primera legislatura de Zapatero, la armó la derechona a cuenta del atentado de Atocha para que la opinión pública no lo relacionara con las veleidades bélicas azorianas de San Aznar. Quiso el PP cargarlo a la cuenta de ETA con tal empeño que durante cuatro años promovió el descrédito de las fuerzas de seguridad del Estado, de los fiscales, de los jueces y del sursum corda, incluidas las marcas de dinamita. La crispación política creada caló en la calle hasta extremos a mi juicio peligrosos.

En la segunda legislatura de Zapatero, el PP procuró desacreditar no solo al líder psocialista, yendo más allá de los límites de una oposición leal con la ciudadanía, sino a España con un patriótico Aznar aconsejando a los inversores no meter un duro en el país. Luego vino la crisis y arreciaron los peperos el obstruccionismo y eran de ver sus aprensiones ante la posibilidad, que luego resultó remota, de que en una de estas le sonara la flauta al Gobierno y funcionara alguna medida y acabara por superarse la crisis.

Es cierto que Zapatero no fue el gobernante que se necesitaba (aunque hay aspectos positivos relegados por el excesivo ruido) pero nada hizo la derechona en la oposición, salvo hacer tan irrespirable la vida política española que no cabe confiar en que de ella salga la parte de solución que descansa en el buen ánimo de la gente capaz de generar la voluntad colectiva necesaria para arrimar el hombro con fe en el futuro. La forma de hacer política del PP le está pasando factura a Rajoy que aparenta una circunspección de chiste porque ni siquiera sabe qué hacer salvo gobernar por decreto porque la mayoría, piensa él, le permite prescindir de zarandajas de explicaciones y debates.

Con frecuencia, al hablar de estos asuntos, deriva la conversación hacia la corrupción con la inevitable referencia comparativa a la psocialista y la menos evitable simplona conclusión de que todos los políticos son iguales, apreciación que algunos consideran sabia.

Conviene recordar que la batalla por endilgarle lo de Atocha a ETA fue sustituida, con la misma finalidad de acabar con Zapatero por el esfuerzo pepero de procurar la impunidad de los chorizos de su entorno, profundizando siempre en la misma línea de descrédito institucional. Solo la Lotería Nacional escapa; de momento. Pero no hay nada como un buen archivo para comprobar que los casos de corrupción del PSOE, con toda su gravedad, no reflejan la existencia, o al menos un desarrollo suficiente, de tramas como las relacionadas con el PP, ramificadas en varias autonomías y con una amplia red de tráfico de influencias generalizado y “coordinado” en sus procedimientos repetidos allí donde gobernaba. La trama más conocida es la Gürtel, como saben. Tampoco se aprecian de parte psocialistas ejemplos tan flagrantes de nepotismo, amiguismo, clientelismo, etcétera, del calibre de los nada fragrantes de Fabra en Castellón o de Baltar en Orense, por referirme solo a los que están ahora en el “candelabro” y se jactan de lo que han hecho.

No disculpo una corrupción con la otra. Pero me niego a considerarlas iguales. Pueden igualarse conceptualmente, desde luego, pero no en lo que significan unas y otras corrupciones atendiendo a sus cuantías, dimensión, extensión, grado de intoxicación de núcleos sociales, estómagos agradecidos y demás implicaciones. Fabra, por ejemplo, ha conocido en el lustro que lleva burlándose del país a ocho jueces que no le han impedido construir un aeropuerto sin aviones. Esto da idea de un poder del que carece el principal imputado de los EREs andaluces, que está en la cárcel y no puede construir ni un cuartito para bicicletas. Al propio tiempo, el cabecilla de Gürtel está en libertad y no me sorprendería que el primer y único encausado en este asunto siga siendo el juez que lo instruyó; un tal Garzón, no sé si se acuerdan.

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