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Suplicio consistorial
A modo de pinceladas de trazo grueso: está lo del Plan General -aunque ya late la sensación de que se apagan los ecos- y está la jungla inextricable de Las Teresitas, uno de los pleitos más densos y enrevesados que se recuerda en la historia judicial de la Comunidad Autónoma. Está lo del mamotreto y el ya célebre doble auto judicial. Tenemos aquella alianza política de Coalición Canaria y Partido Popular, quebrada cuando Ángel Llanos se empeñó en subir su cotización de aspirante, para desazón de los suyos propios y de los socios gubernamentales. Alianza reeditada, por cierto, de modo que se hizo corta la travesía del desierto cuya dignidad salvó Alfonso Soriano. Está lo de Luz Reverón y aquel extraño viaje de trabajo circulando por la red y las redes de ciudadanía, adjuntas las facturas. Tenemos a la oposición socialista fragmentaria en tres y dejando pasar otra oportunidad histórica casi servida en bandeja; y a Ciudadanos interpretando una dualidad política sólo concebible allí donde se ha instalado el surrealismo.
Y si todo esto pareciera insuficiente, no se preocupen que el empeño por enriquecer el anecdotario es merecedor también de una mención. Claro que, después, cada quien lo evaluará como prefiera: elevando el nivel crítico para intentar demostrar la personalidad y los conocimientos de los protagonistas o tomándoselo a chacota, que es una buena manera de despachar todas estas naderías en el análisis de la cotidianeidad política.
Aquel ilustrativo diálogo de Luz Reverón y Cristina Tavío a cuenta de los sebadales (“una ola que te revuelca y sales arañada”, dijo la primera; “muchas veces se han hundido barcos de pesca para generar sebadales”, replicó Tavío), dejó pasó a la ocurrencia de la edil Esther Sarrautte cuando no detectó las siglas ONG en la relación de quienes habían solicitado locales. Por no olvidarnos de aquel “español que intervino y el tonicazo que le doy” (Hilario Rodríguez dixit), en una irreflexiva reacción acreedora de disculpas sensatas en un cargo público.
Y como remate reciente de los barbarismos que adornan todos estos desempeños, el de Cristina Tavío, a propósito de la peculiar justificación de gastos en la asignación corporativa a su grupo político: “¿Insinúa usted que tenemos un Bill Gates?”, preguntó ella en directo a Carmelo Rivero, confundiendo (¿un problema de pronuncieision?) el atún del Watergate con el betún de los sistemas operativos del cofundador de Microsoft que igual se ha metido a espiar y nosotros aquí, sin enterarnos.
Lo dicho: vaya suplicio, vaya calvario. Como si de rivalizar en despropósitos se tratara. Más de un sufrido contribuyente estará consolándose: ya queda menos.
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