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El viejo prusiano

Pedro Murillo

Los que tuvimos la suerte de no ser víctimas de la Logse sabemos quién era Immanuel Kant. Muchos de mi época- cuarentones todos- temíamos que en aquella interminable lista de filósofos que entraban como materia en la Selectividad, nos tocara el dichoso anciano de Königsberg; ciudad de la que, por cierto, jamás se alejó ni siquiera para disfrutar de la cercana costa.

Siempre me pareció que en esa característica misántropa de Kant se escondía algo oscuro: se puede ser prusiano y fundar las bases de la sociedad moderna, pero hacerlo sin conocer el mar me resulta antinatural. Ahora, con la campaña electoral en ciernes, los deslices de Albert Rivera y Pablo Iglesias han logrado algo impensable, que el viejo prusiano haya sido trending topic y la prensa haya publicado sendos reportajes revisitando sus obras. Lo curioso es que el tema tiene su enjundia ahora que los ideales y los fundamentos del liberalismo contemporáneo se encuentran amenazados. No conocer a Kant es ignorar cuáles son los paramentos maestros de la sociedad contemporánea. El concepto de libertad o justicia modernas fluyen desde los afluentes kantianos.

Así, Kant entiende al hombre como una esencia histórica y social, en donde la razón debe ocupar un papel principal a la hora de establecer una sociedad al menos justa. Desde este punto de vista, su Filosofía del Derecho se revela fundamental para lo que hoy en día consideramos lógico y normal. En este sentido, los que consideramos que las leyes universales deben estar regidas por el imperativo categórico de lo razonable, es decir, no sujeto a aspectos empíricos; ni siquiera la felicidad vendría marcada por una ley universal: una televisión LCD en el desierto no provocará más felicidad que un vaso de agua, por lo que las leyes universales deben estar al margen de los deseos.

Si aplicamos este pensamiento al ordenamiento jurídico obtenemos que las leyes nos son axiomas irracionales sino basados en planteamientos racionales. De esta forma, se quedan al margen Dios y toda su troupe, además de las leyes basadas en la tradición. De ahí que la tradición de quemar brujas, la monarquía, torturar en público a toros o decapitar a inocentes enfundados en monos naranjas no se sostiene bajo ningún argumento razonable. Para Kant, el derecho es el conjunto de condiciones que permiten a la libertad de cada uno acomodarse a la libertad de todos. Con sus defectos, el anciano prusiano marcó nuestra forma de ver el mundo desde un punto d vista crítico, considerando al ser humano no como un medio sino como un fin en sí mismo.

Teniendo en cuenta este, a buen seguro, tedioso exordio, me causa cierta inquietud que quienes quieran regir el destino de los ciudadanos españoles tras el próximo 20 de diciembre desconozcan las obras de nuestro insigne prusiano. Claro que uno puede aniquilar a seis millones de personas y tener un orgasmo con las Variaciones Goldberg o ser un magnífico contable sin haber leído una sola línea de la Crítica de la Razón Pura. ¡Qué diablos! Hasta se puede ser tonto y gobernar. Miren a Mariano.

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