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¿Un hombre, un voto?

Carlos Castañosa

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No podemos sentirnos tranquilos, ni mucho menos orgullosos por la actual situación política de España. El origen de tanta zozobra parece asentarse en una anómala legislación electoral que ha inducido el esperpento de reiteradas elecciones frustradas, investiduras fallidas, gobiernos en funciones y el consiguiente bloqueo de los PGE.

Es evidente la irregularidad inconstitucional que agrede sin paliativos uno de los principios fundamentales de la DUDH, Declaración Universal de Derechos Humanos, cual es la transgresión sistemática del “un hombre, un voto” que quizá, por motivos de cuestionable actualidad, debería retitularse como: “una persona, un voto”, para no herir sensibilidades lingüístico–inclusivas radicales que aprovechan el humo de lo absurdo como medio de distracción.

El “voto de calidad” sería pecado mortal en el espíritu de nuestra Carta Magna, ajustado en su esencia a la DUDH. Es una aberración inconstitucional que el valor del voto de un personaje dotado académicamente, poderoso por su fortuna o estatus cívico, fuera porcentualmente superior al del votante sin recursos o en exclusión social. Sin embargo, el equivalente a esta anomalía, a causa del diseño electoral por circunscripciones, goza de la complacencia general, aunque propicia el desajuste y discrepancia del número de votos obtenidos con el de escaños asignados. El voto de un gomero vale como diez del mío; o el de un turolense, veinte veces más que el de un madrileño (o madrileña). Véase el desastre catalán, con mayoría en escaños de los independentistas y menos votos individuales que los de los ciudadanos normales.

Las recientes campañas electorales han sido deplorables y vergonzosas. Actitudes bochornosas; discursos groseros; promesas falaces e insultos barriobajeros, impropios de quienes debieran dar ejemplo de cortesía y buenas maneras. No mejor es la situación posterior a un penoso proceso que, en teoría, ha dejado atrás el desequilibrio socio–político auspiciado por un impresentable juego de tronos, en el que ha primado la lucha por el poder a cualquier coste y la descalificación sistemática del adversario, con menosprecio flagrante hacia los verdaderos intereses del pueblo.

Para mayor inri, la actividad propagandística de todos los partidos continua expresándose con la más abyecta de las intenciones manipuladoras. Unos, para tratar de consolidar un poder obtenido a trancas y barrancas, asentado sobre la fragilidad de unos pies de barro, que los otros, desde dentro y desde fuera, tratan de socavar con la misma especie de triquiñuelas para captar a favor la buena voluntad de una opinión pública demasiado vulnerable y propensa a aceptar solo aquello que desea oír, aunque se trate de fake news, falsas promesas imposibles de cumplir, o rectificaciones que justifiquen el “donde dije digo, digo… otra cosa”.

Las tácticas persuasivas a través del discurso dirigido a la masa, están muy estudiadas y tienen su procedimiento secular establecido para poder manejar la buena fe de la opinión pública, en favor de intereses políticos que nada tienen que ver con el bienestar general o los derechos fundamentales del pueblo soberano.

En cada grupo o formación política, siempre figura subrepticiamente el personaje especializado en gestionar las operaciones de propaganda con fines estratégicos a medio o largo plazo. No es cuestión de poner aquí nombres y apellidos, conocidos de sobra en los medios especializados.

A poco que analicemos con un mínimo de sentido común y uso de razón, concluiremos en localizar como nocivas las columnas de humo que se montan aviesamente para camuflar la gravedad de los problemas que afectan a la población. Ya sea el pin parental; el polémico lenguaje inclusivo, que atenta contra la sacrosanta normativa académica de la RAE; el abuso del Falcon; la sospechosa biografía de Ábalos; la visita subrepticia de la ministra venezolana… en fin, bagatelas de poca monta para tapar la precariedad socio-económica en la que nos han sumido unos y otros con la charlatanería de feria y sus trucos de trileros ejercientes. Los periodistas profesionales conocen el decálogo básico de la información manipuladora, pues los medios de comunicación son colaboradores necesarios para su difusión. No todos los comunicadores se prestan a ello; pero a veces la objetividad deontológica depende de la ideología personal. De trata de:

1- Crear problemas ficticios y ofrecer soluciones.

2-Desviar la atención de grandes problemas con informaciones insignificantes.

3- Aplicar gradualmente las medidas inaceptables.

4- Diferir decisiones impopulares como de aplicación futura para disimularlas.

5- Dirigirse al público como a niños pequeños, exentos de sentido crítico.

6- Incidir en las emociones en lugar de la reflexión y el análisis racional.

7- Mantener al pueblo en la ignorancia y mediocridad.

8- Promover complacencia con la vulgaridad y la incultura.

9- Hacer creer al individuo que es culpable de su propia desgracia.

10- Conocerlo mejor que él a sí mismo para poder controlarlo.

A cada título de estos diez artículos corresponde el desarrollo explicativo de su contenido. Su repaso nos convierte en víctimas propiciatorias de un sistema maquiavélico, cuyo único objetivo es el poder por el poder.

Conviene hacer saber que lo sabemos para que no nos tomen por tontos.

Algo habrá que arreglar para salir de esta.

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