Hay veces en que los enemigos de la política tienen razón cuando dicen que sobran diputados, que no sirven para nada, que son perfectamente amortizables porque solo suponen una carga para el erario público y una vergüenza para las instituciones de las que cobran. Casos muy concretos de diputados (y de diputadas) que ensucian el cargo que deberían llevar con más dignidad, que desprestigian a quienes les han otorgado la confianza para representarles. Uno de esos casos es, sin duda, la secretaria segunda (y última) del Parlamento de Canarias, que en pocos días ha protagonizado dos sucesos ciertamente lamentables. El primero fue el pasado jueves, en el Día Mundial del Turismo, donde por su empeño por colocarse en primera fila y sentarse junto al ministro de Justicia, su venerado José Manuel Soria, hizo que otro cachanchán a sueldo de lo público desplazara nada menos que al secretario general de la Organización Mundial del Turismo generando un conflicto que ha dado lugar a quejas de la Casa Real y de la ONU. Este lunes, en la comisión de control de RTVC, en el Parlamento de Canarias, Montelongo volvió a columpiarse en la mediocridad y el bananerismo para lanzar duras acusaciones basándose en pruebas tan contundentes como un lacónico “se dice”.