Esposado y escoltado por dos policías, como corresponde a un delincuente que ha sido capaz de encañonar con un arma montada a su propia esposa, Suárez Gil compareció este jueves en los juzgados de Granadera Canaria para responder por una parte de sus fechorías. Con aspecto desmejorado, en cuya senda entró a partir de que le dio por delinquir, vestía pantalón y camisa, y trató de mantener inicialmente la altivez que algún día lució con más garbo. Confundiendo el juzgado y su condición de imputado con una sala de juntas en sus tiempos de muñidor empresarial, empezó por insultar a su víctima, a la que llamó amoral, canalla y sinvergüenza. Primer aviso del presidente de la corrida al morlaco, con apercibimiento de mandarlo a los toriles si seguía por esa senda. Incómodo, el imputado siguió equivocándose gracias a su propio comportamiento y a los consejos de su abogado, Eduardo Mendoza, que va camino de enterrarlo en desgracias al ritmo que va. Cuando correspondió el turno de preguntas a la letrada Navarrete, empezó Mendoza por intentar desacreditarla diciendo que ya no está colegiada. Segundo aviso de la autoridad competente: métase en sus asuntos que esta señora puede ejercer en esta plaza. Salvada la majadería, el reo se negó a contestar a su ex esposa enfatizando el adverbio “obviamente”, no fuera a ser que pensaran los presentes que él no se había preparado la comparecencia y que improvisaba la posturita.