No hubo sintonía desde el primer momento. La presencia de Rosa Rodríguez en la lista del PP al Cabildo de Gran Canaria se interpretó desde el primer momento como una infiltrada de Soria en el equipo que lideraba José Miguel Bravo de Laguna, recuperado en 2011 para el sorianismo de aquella manera que tiene el líder del PP canario de recuperar a las personas que previamente defenestró. Bravo transigió convencido de que su larga experiencia política y su acreditada paciencia operarían hacia su estricto control de las cosas importantes que se cuecen en esa Corporación. Fue Rosa Roidríguez, ella solita, la que empezó a labrarse su propia mala imagen, la que se buscó el recelo y la crítica de sus compañeros. Su mal carácter y su irrefrenable afán por controlarlo todo, incluso por encima de sus potestades e invadiendo las del presidente, la colocaron pronto en el disparadero. Bravo fue aplaudido por todo el PP (y hasta por la oposición) cuando en septiembre pasado, solo catorce meses después de comenzar el mandato, le retiró importantes competencias del área de Presidencia para recluirla en Asuntos Sociales. Pero le dejó la Consejería de Economía y Hacienda, desde la que Rodríguez controla todo el Cabildo y sus empresas y organismos públicos. Y, por supuesto, los presupuestos de la Corporación, que han sido los que han terminado por quebrar las delicadas relaciones entre ella y su presidente.