Decía Kapuscinski que para ser buen periodista es preciso ser buena persona. Tienes que relacionarte con la gente, ganarte su confianza. Porque al fin y al cabo el periodista vive de sus fuentes, de lo que las personas le cuentan; a las personas tiene que acudir para contrastar sus noticias y a las personas se ha de dirigir para contarles sus historias. Es necesaria una permanente y extensiva relación de confianza, confianza de las fuentes en el periodista, del periodista con sus fuentes, y de los lectores o los oyentes o telespectadores en el periodista. Traicionar la confianza que las fuentes depositan en el periodista solo estaría justificado en situación de vida o muerte, en un momento extremo, porque ni siquiera un juez puede obligar a un profesional a revelar sus fuentes. Es un principio firmemente asentado en el gremio y convenientemente reforzado por una amplia jurisprudencia. Les estamos hablando de periodistas, claro, porque en esta profesión por desgracia pululan otros seres vivos que son otra cosa distinta, quizás comadrejas, alcahuetas, correveidiles, gansters o sencillos comisionistas de negocios paralelos que necesitan el altavoz de un medio para medrar ante el poder y conseguir el propósito del señorito que paga. Sin ni siquiera imaginárselo, una periodista en ciernes que este verano hace sus primeras prácticas en una redacción, la de CANARIAS AHORA, disfrutó este miércoles en una sala de vistas judicial una lección única sobre la diferencia entre un buen periodista/buena persona, y una comadreja a la que esta profesión le importa solamente por lo que pueda alimentar sus más rastreras pasiones.