Efectivamente, a Soria le podía su ambición política y dio el salto en 1995, cuando se le presentó la oportunidad de ser alcalde de Las Palmas de Gran Canaria de la mano del PP, partido al que le invitó José Miguel Bravo de Laguna, hoy presidente del Cabildo, descabalgado por Soria de la presidencia del PP con malos modos en 1999. Para dar ese salto, el nuevo ministro de Industria encontró el respaldo del periódico Canarias7, que hizo una fuerte apuesta por aquel joven alto, bien parecido, de discurso efectivo, economista y técnico comercial del Estado, que irrumpió con un mensaje nítido y ansiado por los vecinos de la capital grancanaria: se acabaron los entuertos, vengo a imponer mi autoridad. Dos mayorías absolutas consecutivas avalan la rentabilidad de ese discurso y de esa pose, que sin embargo se tornó autoritarismo y acabó años después con una de las relaciones más sólidas que jamás tuvo, la que mantenía con el editor de Canarias7, Juan Francisco García. Ya desde su etapa como alcalde, Soria soñaba con la alta política, la que se hace en Madrid, por eso empezó a cosechar simultáneamente la amistad de Pedro J. Ramírez, director de El Mundo. Se lo empezó ganando a través de la esposa del periodista, la diseñadora Ágatha Ruiz de la Prada, a la que encargó el diseño de una marquesina para las paradas de guaguas de la ciudad e invitó a una exposición en el Centro Atlántico de Arte Moderno.