Sólo en un país como España, cuya televisión pública estatal retransmite en directo los funerales de Manuel Fraga pero sólo conecta con Valencia cuando ya se conoce el veredicto de no culpabilidad de Camps, pueden ocurrir cosas como las que estos días vemos en el mundo de la Justicia. El de Camps y Costa ha sido el primer veredicto y será la primera sentencia de la abultada y escandalosa trama de la operación Gürtel, y mientras dos de sus más conocidos actores resultan absueltos, el juez que puso en marcha la investigación aguarda una sentencia que, con toda probabilidad dada la animadversión demostrada contra él en el Supremo, será condenatoria. Produce bochorno tener que publicar que al juicio de Baltasar Garzón por investigar los crímenes del franquismo, la segunda causa por la que se sienta en el banquillo, han acudido observadores internacionales que aún se restriegan los ojos al comprobar lo que España hace con el juez que alentó la justicia universal y permitió que en otros países que superaron dictaduras pudieran honrar a los oprimidos y hacer pagar sus culpas a los culpables. Las redes sociales hirvieron a partir del momento en que se conoció el veredicto de Valencia, y el sentimiento más generalizado no era el de euforia sino el de indignación.