Mamandurria, por no irnos muy lejos, es lo que ha hubo históricamente en la presidencia del Gobierno de Canarias, cuando se colocaba a dirigentes vecinales, a cargos del partido gobernante, a personas sin oficio conocido (ni ganas de conocerlo) para que se aplicaran a otra actividad concernida en otro término grandioso, el pesebrismo, voz aún no recogida por la Real Academia de la Lengua en uno de sus clamorosos lapsus. Una pléyade de asesores sin más cometido que “dinamizar” a las bases, servir de correveidile, medrar dentro y fuera del partido, molestar cuando no se les da vela en el entierro, pero cobrar religiosamente a final de mes suculentos sueldos que en ocasiones superaban los 70.000 euros. El pesebrista de presidencia del Gobierno, todo hay que decirlo, se ha reducido a la mínima expresión, lo que ha motivado consecuencias y sonoras desbandadas desde el partido que los apesebró.