Porque, aunque en apariencia lo ganó, el juicio lo perdió de todas todas don Pepito aquella mañana de marzo en los juzgados de Santa Cruz de Tenerife. No ya porque la sentencia que de allí salió fue cualquier cosa menos sentencia (ahora ferozmente revocada por la Audiencia Provincial), sino porque la vista sirvió para conocer aspectos hasta ahora envueltos en la penumbra de lo que pasa en ese periódico de nombre El Día. Como les hemos dicho siempre aquí, don Pepito utiliza como escribanos a Ricardo Peytaví y a Andrés Chaves, a los que dicta sus “pensamientos” para que se los mecanografíen y se los pasen a corregir. “Los [editoriales] los escribo yo, no los manuscribo, ni en ordenador ni en máquina de escribir. Los dicto tal y como aparecen”. Preguntado por el papel del dúo de amanuenses, el ilustre editorialista contestó que “únicamente colaboran en lo material, pasando a limpio [los editoriales] para que yo los corrija y recorrija. Y así se publican”. Perfecto, bueno es reconfirmarlo. Pero “el pensamiento es enteramente mío”, enfatiza el editor, que se ratifica “sin duda en el contenido de sus artículos editoriales.