Había sido la segunda noticia económica del verano canario, después de la paz contractual entre los hermanos Eustasio y Francisco López en el seno del grupo familiar Lopesan: otros dos hermanos, Andrés y José Abraham, daban el campanazo recuperando el control de los Hiperdino, sus supermercados de toda la vida vendidos hace doce años a la holandesa Ahold. Junto a su gestor de siempre durante estos años, Javier Puga, los Domínguez a través de AJA Inversiones anunciaron la compra de Dinosol por 60 millones de euros. Pero no todo estaba atado fleje sobre fleje, por lo visto. Los Hermanos y Puga han pedido audiencia a Paulino Rivero, que este lunes ha tomado interés por la operación en beneficio del sector agroalimentario, porque los bancos ven demasiado riesgo conceder a una sola empresa los 20 millones de euros que necesita para cerrar la compra de Dinosol a Ahold. Llegan tiempos duros, lejos de aquellos en que todo se solucionaba a golpe de teléfono, cónclaves y cenas político-empresariales tan ético-estéticamente difusas, desde el alfiler de la Unión Deportiva hasta el elefante de la gasificadora. Sabemos y aplaudimos el interés y empeño de Puga y los Domínguez por recuperar su marca y relanzar el mercado alimentario isleño, pero poco más que buenas palabras puede dar el presidente al objetivo de reunir esos veinte kilos del ala.