La desfachatez de Manuel Torres la conocimos la semana pasada cuando anunció urbi et orbi que piensa dedicarse con tanto ahínco a su nuevas funciones como secretario de la comisión de Industria del Congreso de los Diputados que, lamentablemente, no va a poder compatibilizarlas con las de consejero del Cabildo de Tenerife en la oposición. En un primer momento hasta cabría felicitarle por la decisión de emplearse a fondo en el puesto al que le ha elevado su partido, pero nuestro gozo en un pozo al conocer las verdaderas motivaciones de su señoría. En realidad, Torres no dimite como consejero del Cabildo por incompatibilidad alguna sino por el más personal motivo de que ha decidido establecer su residencia en Madrid, donde viven y estudian sus dos hijas, para lo cual tiene vivienda en la capital, adquirida desde 2001, según su declaración de bienes. No es cierto que las funciones de secretario de una comisión parlamentaria le impidan ejercer también como consejero cabildicio en la oposición, y la prueba más evidente es que el presidente de esa misma comisión de Industria es el también canario Pablo Matos y, que sepamos, no ha abandonado su puesto de concejal del PP en la oposición del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife. No tenemos constancia de que el diputado Torres haya renunciado a los pluses que, añadidos al sueldo como diputado, perciben sus señorías cuando son de fuera de Madrid.