Editorializar todos los días con la misma cantinela tiene sus peligros. El más habitual es que el editorialista en cuestión tenga que apretar la tuerca cada vez un poco más, mear en cada jornada un poquito más lejos que la anterior en una adaptación libre y escatológica de la medalla del amor: “Hoy meo un poco más que ayer, pero un poco menos que mañana”. Ese esfuerzo se evidencia en dos órganos de la anatomía del editorialista, la próstata, que con el paso del tiempo también tiene sus limitaciones, y el cerebro, que se estruja y se estruja cada vez más en esa búsqueda desesperada de la micción más lejana. Es el caso de nuestro admirado don Pepito, propietario, director y editor del periódico más dicharachero de Barrio Sésamo, El Día. En su empeño por acabar con la carrera política de Paulino Rivero, al que endosa el pecado de lesa patria de dejarlo sin emisoras de radio, este martes dio un paso que se acerca peligrosamente al definitivo en democracia: que haya un golpe de Estado en Canarias para derrocar a su presidente. Lo ha dicho así, con la solemnidad acostumbrada: “¿Cuándo se va a producir una intervención de oficio para apartar del poder a quien está acabando con estas Islas? Una intervención parlamentaria y hasta militar para crear un mando económico como el que existió en los tiempos del general. ¿O es que no existe una Unidad Militar de Emergencia para actuar cuando se produce una catástrofe? ¿Puede haber mayor catástrofe que tener desempleada a un 32 por ciento de la población activa?” ¡Envío!