Dicen algunos empresarios que así no se puede. Que un honrado padre de familia no puede ser detenido en un aeropuerto por varios policías apostados “como si fueran los tres mosqueteros” (la cita es textual), que salen sorpresivamente de detrás de unas columnas, con las televisiones enfocando y los periódicos digitales anticipando la acción policial. Esta descripción la efectuó un conocido empresario grancanario aún encausado en la operación Góndola, la de la corrupción en Mogán, esa que va camino de convertirse en el cuento de nunca acabar. La queja está cargada de falsedades: los policías no se escondían, ni siquiera lo esposaron, ni a aquellas tempranas horas de la mañana había un cámara o un periodista por los alrededores del aeropuerto de Gran Canaria. La detención de Santana Cazorla fue limpia y mil veces bendecida por la Justicia, que así lo determinó en los correspondientes autos. Ese mismo empresario quejoso es el que un día de marzo de 2007 consiguió que el Parlamento pusiera la guinda a un largo desaguisado de deplorables trapisondas en torno a la urbanización Anfi Tauro, y el mismo que consiguió, seguramente sin pretenderlo, que en los vetustos salones del Palacio de Justicia de Las Palmas de Gran Canaria, en la señorial plaza de San Agustín, se produjera un milagro, el que les vamos a contar detalladamente.