Leer los editoriales del periódico El Día con cierta asiduidad no es nocivo para la salud, contrariamente a lo que piensan algunos de nuestros lectores, que nos afean tal actitud. Es un ejercicio que para algunos se asemeja bastante a la consulta de las cotizaciones bursátiles; para otros, unas excelentes prácticas de comprobación de la evolución psiquiátrica que puede experimentar la raza humana cuando es sometida a determinadas presiones ambientales, especialmente con intervención de ondas hertzianas. También sirve para ratificar que la crisis de la industria periodística no tiene por qué ser solamente exógena, que las empresas a veces tienen también sus pesadas cargas intramuros. Pero lo que por encima de cualquier otra consideración se descubre con la lectura de las cosas de don Pepito es que estamos ante un personaje excepcional, un intelectual cuyo molde rompieron tras nacer, un patriota irrepetible al que hay que otorgar ya el Premio Canarias en su categoría King Size. Porque a la sabiduría que destilan sus artículos editoriales hay que sumar a partir de esta semana su generosidad, la que ha tenido de compartir con su fiel parroquia la identidad de dos de sus autores de cabecera, dos de las fuentes que han dado lugar a tan vasta sabiduría.