Son muchas las personas a las que repugnan estos comportamientos permisivos y justificativos ante la corrupción, pero hay también un nutrido grupo que considera que debemos acostumbrarnos a convivir con ella e incluso a admitirla en ciertas pequeñas dosis. Cuando alguien se atreve a dar un paso para denunciar lo que todos estamos obligados a denunciar, sufre la incomprensión y el vacío, cuando no el más cobarde de los ataques, las amenazas y la muerte cívica. Le ha ocurrido algo de eso a Santiago Pérez, en Tenerife, donde los del “sí a todo” o el “todo vale”, le han puesto la proa para que la ciudanía lo responsabilice del freno a esos proyectos de “puesta en valor” de las inversiones nobles y benefactoras. En Lanzarote ha ocurrido algo parecido con otro socialista, Carlos Espino, que acabó sucumbiendo incluso ante compañeros de su partido que amablemente le abrieron la puerta de la agrupación insular para que por ella pudieran volver a entrar los sufridos empresarios, algunos de ellos sorprendidos con la mano en el maletín comprando políticos que les permitieran construir hoteles ilegalmente. Espino abandonó, pero parece que la dirección regional de su partido no lo ha abandonado a él del todo. Este jueves el Gobierno lo nombró director general de la Agencia para la Sostenibilidad y el Cambio Climático. Posiblemente sea un cargo con poca capacidad ejecutiva, pero su rescate tiene el valor de un aviso: no parece que todos quieran instalarse en el dolce far niente.