Y ya que hablamos de la defensa letrada de Suárez Gil, les acercamos algunas apreciaciones que hace acerca de la parte contraria de la parte contratante, es decir, de Josefina Navarrete. Resulta que ésta, en el ejercicio de las funciones que la ley le concede y para mejor proveer, se dirigió a un juzgado de esta capital para preguntar cómo era posible que en algunos escritos el abogado de Suárez Gil apareciera residenciado en el domicilio conyugal del barrio palmense de El Fondillo. Descartamos que la señora Navarrete, aun dando por comprensibles todas sus prevenciones, cuitas, sospechas o vaticinios, estuviera insinuando ante el juzgado un cataclismo de amor entre condenado y defensor, un culebrón en El Fondillo, vamos. Pero le sentó tan mal el escrito al ofendido licenciado Mendoza que respondió de la manera tan impropia como infrecuente en el foro que vamos a transcribir literalmente: “Como a usted bien le consta, dicho inmueble viene siendo habitado por su aún marido, don José Miguel Suárez Gil, antes y después de (infortunadamente, a decir de él mismo) contraer matrimonio con usted y luego desde su puesta en libertad” (?) “Finalmente, no queda más que manifestar mi más absoluto desprecio, sus méritos académicos son inexistentes por mediocres, su carrera profesional (trufada de narcotraficantes e individuos de la peor condición (?) ”especialista en conformidades“ como la motejaba recientemente un digno magistrado) ha sido aunque pingüe y un completo fraude: su maldad, vanidad y vileza, bien conocidas, su absoluta falta de humanidad, evidentes y repulsivas hasta el punto de pretender despojar a un anciano de 67 años y a su hijo su hogar y su sustento”. Fue al llegar a este pasaje cuando ya se nos saltaron las lágrimas sin remisión. Y no necesariamente porque nos embargara la pena y la compasión.