Ese retraso no solo ha provocado el bochorno que supone ver el Estadio Insular en un estado lamentable, sino que se abra la caja de pandora para una operación que José Miguel Bravo de Laguna califica de “una obra digna para esa zona de la ciudad”, expresiones estas muy parecidas a las que Soria lanzó cuando derribó con nocturnidad y alevosía el protegido edificio Woermann para dar paso al rascacielos que le sustituyó, o inquietantemente similares a las pronunciadas con esa euforia de cheerleader de Pepa Luzardo cuando descubrió que en el mundo existían los arquitectos estrella y un pelotazo que le metieron por los ojos llamado Gran Marina. Solo que José Miguel Bravo de Laguna no es un chiquillaje al que le puedan encandilar concursos internacionales o una medalla de oro arquitectónica. Como les anunciamos en junio, él necesita un proyecto emblemático con el que pasar a la posteridad, que la cosa está muy quebrada como para hacerse un monumento a la aviación como el de Carlos Fabra a la entrada del aeropuerto de Castellón. El presidente grancanario lo ha pensado todo en largas sobremesas a orillas del Miño y, por lo que empieza a atisbarse, la cosa toma forma de una mezcla de Gran Marina y Woermann, porque hay nocturnidad y alevosía.