Los vientos no corren especialmente a favor de los nacionalismos, ni los centrífugos ni los centrípetos, aunque en ambos casos tiren de manual sus voceros ante la evidente falta de respuesta que producen sus think tank (vamos, sus estrategas de aquí estoy yo para lo que el partido mande). No es Paulino Rivero el único que aprieta las clavijas reivindicativas al Estado en inversión proporcional a cómo el centralismo salvaje del PP quiere hacer desaparecer de un plumazo el Estado de las autonomías con la excusa de siempre: cuestan un ojo de la cara (y la yema del otro) y hay demasiados políticos en España. Las pocas comunidades donde el PP no ha barrido no solo se resisten sino que responden airadas a esos fulgores de “Una Grande y Libre” con que los nostálgicos con pulseritas y pelito ensortijado castigan a las regiones que no han podido someter a su poder cuasi absoluto. A ver si nos íbamos a olvidar ahora del “Pujol enano, habla castellano” con el que la militancia congregada ante Génova 13 saludó eufórico el primer triunfo de José María Aznar. O del boicot al cava, o de los desplantes y las generalizaciones despectivas a los vascos no españolistas? Porque si es una “paulinada” pedir revisar los acuerdos de Canarias con el Estado, nos podemos imaginar el calificativo que emplearía doña Australia para referirse a la posición de otro histórico socio del PP, Artur Mas, que ha calentado convenientemente el ambiente para que este martes sea un éxito la marcha independentista de Catalunya. La necesidad aprieta y hay que buscarle una espita a tanto descontento ciudadano. Y mientras haya un Mariano derrapando con tanto arte, hay esperanza.