Los Hermanos Domínguez están temblando. A estos empresarios que empezaron con un pequeño supermercado en el barrio de Schamann no les gustan las refriegas políticas, y mucho menos si se ven envueltos sin pretenderlo en una de ellas. Ante la duda, siempre tiran de manual, ese que dice que el buen empresario ha de llevarse bien con todos los políticos. En su intento por recomprar la cadena de supermercados Hiperdino, fruto hiperbólico de aquel pequeño supermercado de la calle Pío Coronado, Andrés y José Abraham Domínguez, unidos ahora a su hombre de confianza convertido en socio, Javier Puga, llevan trabajando discretamente un tiempito, pero la necesidad de buscar el respaldo público colocó la operación en los medios de comunicación. Puga y los Hermanos, como se les conoce en apócope, se reunieron con Paulino Rivero para plantearle el tamaño de la operación: más de 5.500 trabajadores, una inmensa red de proveedores a los que se deben 160 millones de euros, locales comerciales que les dejarían de rentar y la necesidad de encontrar unos 20 millones de euros con los que hacer frente a los primeros pagos. Rivero, dicen las crónicas, se puso en marcha y convocó a los banqueros, o a los representantes de la banca, la misma que se quedó con Hiperdino en 2011 por las deudas acumuladas de la compañía, sin que hasta le fecha se conozca la respuesta oficial. La noticia, naturalmente, llegó a Soria, a cuyo despacho corrieron de inmediato los compradores para pedirle el mismo respaldo que pidieron a Rivero, no fuera a ser. O para pedirle que no torpedee la operación, que la socarronería de nuestro empresariado da para muchas variantes, todas ellas absolutamente nobles, dónde va a parar. Porque hasta ahora lo que constituye hecho incontestable es que cualquier medalla que pudiera por asomo pretender colgarse el presidente canario en la pechera es objeto de boicot por parte del ministro canario. Repasen y verán.