Jamás un presidente del Gobierno de España había hecho lo que hizo ayer Rajoy en el Congreso de los Diputados: mentir descaradamente, insultar a los españoles, retorcer la realidad hasta acomodarla a sus erráticas decisiones, y devastar de tal modo los derechos con tanto esfuerzo alcanzados que ha convertido en inigualable su estropicio. Ha tardado demasiado en dar explicaciones porque ya sabemos que este es un presidente cobarde que rehúye si puede dar la cara. Pero ayer la dio obligado por la oligarquía de los mercados, por el Banco Central Europeo, por el Ecofin, la Troika y toda esa pléyade de organismos que cada día con más descaro controlan la vida y las haciendas de los europeos sin importarles un carajo las decisiones democráticas de los pueblos. Rajoy necesitaba mentir ayer para poder justificar sus constantes improvisaciones, sus desesperantes cambios de rumbo, sus cada vez más celebrados tumbos políticos y sus grotescas contradicciones. Y mintió cuando dijo que si hubiera heredado un déficit del 6% no habría tomado estas decisiones, cuando la exigencia que ahora tiene de Europa es precisamente ésa, un 6,3% de déficit público, después de haber prometido un 3,4 y luego un 5,3%. Es su culpa y solo su culpa que el déficit que heredó al 8% esté ahora al 8,9%, un mérito solo atribuible a sus erróneas decisiones económicas que prometió que nos sacarían del atolladero al día siguiente de llegar a La Moncloa con su brillante equipo de ministros y ministras.