Al grito de “Gran Canaria es lo primero”, tanto José Miguel Bravo de Laguna como Juan José Cardona se han embarcado en la peligrosa y populista (por el orden que quieran) exaltación de la isla, de la patria chica, del patio, del solar, del muro, de lo que el maestro Pepe Alemán llama isloteñismo, consistente en exacerbar hasta el límite de lo grotesco, el sentimiento y los valores de la isla a la vez que los despojos, convenientemente aderezados con alguno de los habituales desplantes que suele provocar cualquier institución de rango superior. Cardona y Bravo saben que ésa es la mejor manera que tienen de justificar sus propias carencias políticas e institucionales (léase también presupuestarias), y el momento es el más propicio porque, por primera vez en lustros, su partido no está incrustado en el Gobierno de Canarias y porque, además, la táctica viene bien a su jefe de filas, José Manuel Soria, que tiene tatuado en su frente el guarismo 2015, el año en que volverá a Canarias para presentarse a presidente de la Comunidad previo desgaste feroz del pacto que actualmente mantienen sus dos contrincantes más destacados, el PP y CC. Pero lo malo del grito isloteñista lanzado por los dirigentes del PP es lo muy a pecho que se lo pueden tomar sus más directos subordinados. Algunos, o mejor, algunas, se han atrevido incluso a llevarse por delante consolidadas señas de identidad grancanarias como la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, cuyo rector ya confesó este martes sin ambages que tiene contrastado que el Cabildo de la isla no quiere contar con la institución. Y pensar que la ULPG fue un símbolo de la lucha de Gran Canaria contra la hegemonía universitaria tinerfeña. Ay, esa memoria, señor Bravo.