Se quejan con frecuencia los políticos, mayormente del PP, del sometimiento a la pena de Telediario que sufren los que son imputados en causas de corrupción antes de ser juzgados y condenados o absueltos en firme. Por fortuna, y en el caso que nos ocupa, gracias a los Telediarios, gracias a la emisión prácticamente íntegra de este juicio de los trajes y de todas las vicisitudes que sufrió la instrucción, todos los españoles nos hemos podido enterar de los pormenores del caso, de cómo se intentaron manipular pruebas y testigos, de cómo mintieron los hoy absueltos y de cómo todas las pruebas demostraron que los trajes no los pagaron ellos sino los cabecillas de la trama corrupta de Gürtel. Camps y Costa, al contrario de los otros dos imputados en el caso de los trajes, Betoret y Campa, que reconocieron los hechos y se conformaron con una condena mínima, podrán presumir desde ahora (y a falta de un posible recurso de la Fiscalía ante el Supremo) que no fueron condenados por la Justicia. Pero es más que evidente que los hechos están ahí, son inamovibles, y que moral y políticamente estos personajes han pasado a tener valor cero. La primera reacción de calado al veredicto fue este miércoles la de la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, que se preguntó dialécticamente quién repone ahora la honorabilidad de Camps y de Costa. La respuesta es sencilla: nadie, sencillamente porque no se puede reponer algo que se ha perdido para siempre.