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¡Cómo hemos cambiado!

El hecho de que consolidados artistas se hayan visto obligados a cambiar recintos de enormes dimensiones por bares y salas de música no es casualidad. Ni siquiera es creíble esa nota de humildad en las entrevistas en las que ellos, sobre todo, pero los empresarios que mueven este negocio también, destacan que la vuelta a la sala es un regreso a la cercanía y la calidez del público que no se disfruta en otros recintos más grandes. Mentira, aunque lo aceptemos como parte del juego y tengamos con ello ese beneficio de seguir disfrutando de una de las pocas disciplinas culturales, la música, que suaviza nuestra mente cuando gusta, nos evade del estrés y nos hace pensar en otra cosa que no sea esta detestable crisis.

Esto simplemente es una incómoda vuelta de tuerca a la que se han visto obligadas las productoras musicales, de mayor o menor prestigio, los artistas y todo bicho viviente que, en un puesto u otro, vive o intenta vivir de la música ¡Señores, que se ha acabado el dinero público! Así de claro. No ha quedado otra que reinventarse y vender aquello de los conciertos intimistas, porque además es lo único que está funcionando. Y menos mal. Quede constancia así que hay que premiar a todos los empresarios que siguen moviendo el negocio musical en esta tierra y en estos tiempos. Después ya que vendan el producto de la mejor manera que puedan.

Me lo reconocía el donostiarra Mikel Erentxun a comienzos de este año en una entrevista para la web y el proyecto empresarial que gestiono, Eventonizate: “Las circunstancias de la música en general nos han llevado a mí y a otros artistas a cambiar el tamaño de los recintos donde presentamos nuestros trabajos. Los lugares de miles de personas han quedado solo ya para contados artistas. Yo le saco jugo a esto porque he amoldado mi música y mi concepto musical a estos recintos más pequeños donde tienes un contacto mucho más directo con el público y donde yo desde luego me siento como pez en el agua”.

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