Un sutil artefacto para sacudir conciencias sobre la inmigración

Juan Diego Botto.

N. Pinto

Santa Cruz de Tenerife —

Juan Diego Botto es uno de esos hombres con aspecto de hidalgo, pero que, lejos de la evocadora acepción quijotesca, goza de un disco duro perfectamente ordenado que le habilita, como a pocos, para abordar el instrumento de la palabra con precisión de cirujano.

Esa deslumbrante lucidez oratoria y la placidez que transmite su conversación cautiva, sin concesiones, a todo aquel que tiene la suerte de disfrutar de su trabajo desde la butaca de un cine o un teatro e, incluso, desde el sofá de casa.

Anquilosado, durante muchos años en la memoria colectiva por su papel en el largometraje Martín H, de poco a esta parte se le empieza a conocer más por su versión 2.0, fraguada a golpe de derroche escénico sobre los teatros de toda España con la obra Un trozo invisible de este mundo, que fue la vencedora absoluta de los premios Max en 2014.

Este reconocimiento, y el éxito cosechado en la primera gira ha hecho que la obra vuelva regrese a los escenarios, para lo que ha escogido a Las Palmas de Gran Canaria como primera escala de su recorrido por todo el país.

Así, los días 10 y 11 de abril, a partir de las 20:30 horas, en el teatro Cuyás se representarán dos funciones de esta brillante pieza teatral que, entre la barqueta de sabrosas manzanas con la que se alzó, incluye los galardones al mejor espectáculo, mejor actor y mejor autoría revelación (ambos para Botto), así como el de mejor diseño de iluminación (para Valentín Álvarez).

Como si se tratara de un certero vaticinio, el lema que Juan Diego Botto luce desde hace años en la casilla de estado en el perfil de su whatsapp es: “Tomando el cielo por asalto”, una frase que en un momento de la obra pronuncia El Turquito, uno de los personajes de la función. Sin duda, a tenor del éxito de este montaje se podría decir que la misión está cumplida.

Un trozo invisible de este mundo, -­dirigida por Sergio Peris Mencheta, que también fue nominado a la mejor dirección- es una pieza compuesta por cinco monólogos que giran en torno al tema del exilio y la inmigración.

“Soy hijo del exilio, pero lo que me empujó a escribir esta obra fueron situaciones reales como la que tiene que ver con la muerte de Samba Martine en un centro de internamiento para extranjeros (CIE) en Madrid. Un amigo que trabaja con inmigrantes me llevó a su funeral y entonces conocí su trágica historia”, subraya Botto.

“Hasta ese momento yo desconocía lo que eran los CIE y toda esa realidad”, precisa al tiempo que recalca que le conmovió especialmente ver como la madre de la joven fallecida se abrazaba al féretro gritando sin consuelo: “Yo que te parí no te puedo abrazar”, lo que supuso el detonante para que decidiera investigar sobre el tema de la inmigración y me empujó a escribir esta obra.

A su juicio, “es el pan nuestro de cada día, y, sin embargo, lo abordamos como si fuera algo minoritario”. De hecho, considera que “solo es algo marginal porque los inmigrantes no tienen dinero. Lo que los convierte en algo de lo que no se habla. Es decir, no es porque tengan un color de piel distinto al nuestro, sino por sus precarios recursos económicos”.

Según enfatiza, cuando se aborda este asunto, la gente se olvida de que “detrás de todo esto hay siempre una historia de un hombre o una mujer que han soñado, que han dejado una familia atrás y que tienen unas ambiciones y unos sufrimientos”, y es precisamente ahí donde ha querido hacer hincapié el equipo de este sutil artefacto para sacudir conciencias denominado Un trozo invisible de este mundo con el que Botto y la actriz Astrid Jones han recorrido casi toda la geografía española desde finales de 2012.

Cuatro de los cinco personajes en los que se estructura la obra emergen de la piel de Botto. El primero de los que interpreta es una especie de policía de aduanas. “Es un tipo que le explica a un inmigrante los motivos por los que no le va a dejar pasar y le suelta toda una hilarante argumentación de por qué cree que sobra gente, que aquí sobran inmigrantes y no pueden entrar más. Es bastante hinchado de humor, muy irónico y lleva hasta el paroxismo el discurso de la xenofobia”, apostilla sin dejar de lamentar que este rol está cada vez más apegado a nuestra realidad cotidiana.

La pieza siguiente -detalla- “es una secuencia en un locutorio que narra un desencuentro de un hombre que trata de hablar con su mujer por teléfono mientras va sufriendo todo tipo de interrupciones, siendo esta la parte más amable de todo el montaje”.

A mitad de la función se desarrolla el monólogo central, a cargo de Astrid Jones, basado en la historia de Samba Martine que inspiró la obra. A su término, retoma la escena Botto encarnando a El Turquito, un hombre que relata su experiencia en los centros de tortura en la dictadura Argentina y el último, que es un emigrante que huye a Madrid por miedo a las represalias de la dictadura, que es prácticamente un compendio de todos los anteriores.

Este es el aparentemente sencillo pero genial engranaje que le ha llevado al actor nacido en Buenos Aires a certificar el éxito con un premio de pata negra, que tanto se le resistía después de múltiples nominaciones a toda suerte de galardones a lo largo de su dilatada trayectoria.

Respecto a su doble reconocimiento como actor y autor, asevera: “Lo que más me gusta en mi trabajo es narrar historias y el hecho de poder escribirlas me permite contarlas de la manera exacta en la que quiero hacerlo”. Aún así se define eminentemente como un actor, mientras que la faceta de guionista es algo “meramente ocasional”.

Sin dejarse embaucar por la golosa tentación de la autocomplacencia y el saldo a favor de una carrera repleta de logros, Botto reconoce que, a la hora de afrontar nuevos proyectos, nunca hay garantías porque “uno nunca sabe cuándo va a acertar o cuándo se va a equivocar”.

En el caso de Un trozo invisible de este mundo sentencia: “Posiblemente es uno de los trabajos más personales, más arriesgados y más satisfactorios de los que haya hecho. Al haberlo escrito yo, lógicamente hay mucho de mí mismo en estas piezas y, en lo que atañe a la actuación, he de reconocer que nunca he disfrutado tanto sobre un escenario como con esta obra”.

Esto no le ha impedido compaginar el teatro con otros proyectos paralelos como las películas Intruso, con Mario Casas y Belén Rueda o La ignorancia de la sangre, con Paz Vega, una parte de la cuál se rodó en Tenerife.

Por tanto, ante la clásica e impertinente pregunta de escoger entre el cine o el teatro asevera: “Para mí es como tener que decantarse entre tu padre o tu madre. Los dos son distintos, pero los quieres por igual y no puedes elegir entre ambos”.

Por otro lado, sobre la televisión señala que “es un medio excepcional ya que permite que un producto audiovisual sea visto por dos millones de espectadores en un solo día, lo cual es impensable para una película y mucho más para una obra de teatro”.

Sin embargo, y aunque también ha hecho alguna incursión en este formato, reconoce que todavía no le ha llegado su “proyecto ideal” para la televisión.

Al margen de su valía interpretativa, Botto es uno de los actores de España más contundentes a la hora de reivindicar los derechos de su colectivo y cuestiones de índole social.

En respuesta a las voces que afean su activismo, aclara: “Expresar tu opinión es un derecho constitucional que tenemos todos los españoles, pero más allá de eso, como ciudadanos que convivimos en una supuesta democracia, es nuestro derecho, e incluso nuestra obligación, tratar de preocuparnos por lo que ocurre en nuestro entorno y hacer lo máximo posible porque el mundo que nos rodea sea cada vez mejor.

De este modo, incide en que “que yo airee mi opinión sobre determinadas cosas no es un privilegio por el hecho de ser actor sino un derecho por ser ciudadano y por esa razón puedo hablar sobre lo que me de la real gana”.

En este contexto, recrimina a los promotores del “mensaje machacón y constante que sostiene que la política es exclusivamente para los políticos y que la economía es solo para los economistas”.

Igualmente, es categórico contra los que alegan que implicarse en ciertos asuntos es estar politizado. “Como si no implicarse no lo estuviera también”, añade. A modo de ejemplo, afirma que “hasta ver a un pobre tirado en la calle y apartar la cara es también una decisión política”.

Para concluir, recurre a una cita de La Peste, de Albert Camus, en la que “uno de los personajes de la novela dice: Hay épocas en las que la indiferencia es criminal, y esta es una de esas épocas”. Ojalá que con montajes como Un trozo invisible de este mundo se logre atajar esta gran pandemia del siglo XXI.

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