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¿Patinó el rey en TV o son aprensiones?

Discurso del rey a la nación. (CA)

José A. Alemán

No creo que nadie esperara del rey otra cosa que su apelación a la legalidad democrática, el orden constitucional y todo eso. Bueno, eso y lo que no hizo: lamentar la manita de componte con que brearon las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, que no del ciudadanaje, a quienes votaron o trataron de hacerlo el 1-O. Con su intervención, no le hizo Felipe VI favor alguno a la Corona; no porque reprochara a Puigdemont y compañía su actitud sino por no desear al menos un pronto restablecimiento a los que sufrieron algún quebranto. Como me comentara un conocido, monárquico por más señas, la intervención del rey puede perjudicar su negocio familiar. No debería confiar tanto en el fin de la crisis que dice Rajoy.

Las reacciones ante el discurso han sido de lo más variadas y como he llegado al punto de saturación con las toneladas de opiniones que nos han echado arriba, me circunscribo a las emitidas en el ámbito canario aprovechando que la insurgencia aún no ha derogado la ley del mínimo esfuerzo. Tan mínimo es el esfuerzo que me basta y sobra con La Provincia del jueves último con opiniones de varios políticos/as de distintas edades, experiencias e ideologías. La más chocante, el cuasi oximoron de la “etérea rotundidad” a que se refirió Noemí Santana, secretaria general de Podemos. Para ella Felipe VI es “una marioneta en manos del Gobierno”, afirmación que adornó con tópicos reveladores de que no ha asimilado del todo el papel del rey en este régimen constitucional y no el de Merimé.

Más afinado, por así decir, estuvo Román Rodríguez, presidente de Nueva Canarias, que se confesó no demasiado optimista respecto al futuro aunque le gustaría equivocarse. Cree que el monarca debió dejar algo en el tintero para más adelante, cuando lleguen momentos más críticos.

Por su parte, Casimiro Curbelo, presidente de la gomera ASG, piensa que la intervención de Felipe VI se orientó a preparar a los ciudadanos para la inminente suspensión de la autonomía catalana (el artículo 155, o sea) al tiempo que considera las palabras reales (de rey, no de realidad) una clara llamada de atención a “los que quieren romper el país” como se decía en lo antiguo, cuando Él habitaba entre nosotros.

Por último, Jerónimo Saavedra, Diputado del Común, consideró la alocución correcta (¿sin palabrotas?) y adecuada a la gravedad de la situación. El hombre está de vuelta de casi todo, lo que le permite contemplar las cosas con un optimismo que calificaré de razonable, por su cuantía no porque haya eso, motivo o razón para semejante estado de ánimo.

He mencionado aquí a los políticos/as que conozco o de los que tengo alguna referencia de entre los entrevistados por el periódico, que cada vez son menos y digo yo si será por eso que voy recobrando el apetito. Y tentado estuve, qué quieren, de intentar deducir de sus opiniones a qué echadura pertenecen aquellos a los que no tengo el gusto. Porque se nota en las respuestas quienes vivieron la Transición y saben de qué polvos vienen estos lodos y los que necesitan tres o cuatro batacazos para entender lo que hay.

La campaña del PP

Viendo el camino que lleva el procés se entiende que haya quien considere a Rajoy un formidable hacedor de independentistas. Porque es la política del PP determinante de una serie de hitos que podrían culminar en la DUI, que me pareció palabro de estirpe catalana hasta que el enterado de guardia en la caja del agua me aclaró que son las siglas de “Declaración Unilateral de Independencia”, nada menos. Nunca te acostarás sin aprender algo.

No es cosa, a estas alturas en que muchos consideran a Cataluña perdida para España, de señalar culpables pues lo cierto es que entre todos la mataron y ella sola se murió; aunque haya sido la política del PP de las últimas dos décadas la impulsora de lo que unos consideran un ascenso de la secesión a la cumbre política; mientras otros, como El Roto, habilitan abismos en que cabemos todos sin apreturas. Mientras observo el rebrotar del tremendismo intransigente poseedor de la verdad en sectores independentistas a los que, la verdad, no hay por donde cogerlos.

Seguro que habrá quienes en el PP nieguen la existencia de una campaña. De momento, lo han hecho tan bien que los malos, los malvados, los locos, etcétera, son quienes han dado la batalla para votar en referéndum. A todos ellos los presenta la lamentable derecha pepera el PP como independentistas sin querer escuchar que no son pocos lo que reivindicaron el derecho a votar decididos a oponerse a la independencia. A Soraya Sáenz de Santamaría le puso Rajoy despacho en Barcelona, pero debió utilizarlo sólo para cargar el móvil porque no da la impresión de que le propiciara contactos que la acercaran a la complejidad de la política catalana. Salvo, como apuntan algunos, que la estrategia de Rajoy fuera el debilitamiento de la opción catalana como única competidora posible del núcleo de poder instalado en Madrid de que habla López Burniol.

Conviene que nos remontemos en el tiempo para ver de qué manera ha mantenido el PP como su objetivo político La Moncloa a costa de lo que sea. Recuerden que Aznar prometió estar en el poder ocho años y lo cumplió. Aunque luego se vio que no estaba por renunciar al poder y que aspiraba a ser un santón conservador o algo por el estilo. El caso es que designó sucesor a Mariano Rajoy, al que debió considerar poca cosa y más manejable que Rodrigo Rato. Y llegaron las elecciones de 2004 de las que todo el mundo esperaba que saliera Rajoy presidente por goleada y resulta que ganó Zapatero. Según me comentara por aquellos días López Aguilar, Zapatero era la única persona del hemisferio convencida de que ganaría. Para el resto del hemisferio su victoria fue una sorpresa que el PP encajó muy mal.

Recordarán también, cómo no, que en vísperas de la jornada electoral se produjo el terrible atentado en los trenes de Atocha y no se le ocurrió al PP otra cosa que acusar a Zapatero de haber suscrito un pacto secreto con ETA, que, según su versión, cometió el atentado para asegurarle el triunfo a Zapatero del que esperaban los etarras favores sin cuento. Una infamia que no tuvo respuesta aunque contribuyera al notable enrarecimiento del ambiente político. Durante cuatro años, cuatro, estuvieron el PP y medios afines, como El Mundo, sosteniendo erre que erre la autoría etarra frente a todas las evidencias de una venganza del terrorismo islamista por la participación de España en la agresión a Irak para salvarle el palmito precisamente a Aznar.

Por otro lado, bien sabido es que el PP, en su anterior versión de Alianza Popular, hizo campaña contra la Constitución y el Estado de las Autonomías. Una postura modificada por el ascendiente del líder principal del partido durante años, Manuel Fraga Iribarne, que acabó presidiendo la autonomía gallega.

Pero donde hubo siempre queda y por ahí, por el asunto de las reformas autonómicas, encontró el PP un filón para calzar por Zapatero que, por cierto, volvió a derrotar a Rajoy e inició un segundo mandato con el barrenillo de acometer la reforma del Estado de las Autonomías y tratar de resolver en ese contexto el problema siempre presente de la organización/integración territorial con las cuestiones vasca y catalana como las más complicadas. Paso por alto lo ocurrido con el lehendakari Ibarretxe y en cuanto a Cataluña, Zapatero prometió aceptar el texto que aprobaran en Cataluña, compromiso que con indudable mala fe y falta de respeto a la ciudadanía presentó el PP como una rendición de Zapatero ante las exigencias de los catalanes ensoberbecidos.

La falacia consistió en hacer creer que en la mano de Zapatero estaba aprobar el Estatut; como si el Congreso y el Senado nada tuvieran que decir y pudiera el presidente aceptar lo que le viniera por su cuenta. El Estatut salió del Parlament con las correspondientes enmiendas, viajó a Madrid donde los parlamentarios nacionales lo pasaron por la criba y lo remitieron a Barcelona que organizó el correspondiente de referéndum. Se cumplió con todos los requisitos legales y ni así: el Tribunal Constitucional tumbó varias disposiciones de un Estatuto que había cumplimentado todas las exigencias y dado que es una instancia que no pertenece al Poder Judicial, se puso el acento en que el PP lo había instrumentalizado al servicio de su campaña, para tumbar a Zapatero y colocar a Rajoy en La Moncloa.

En 2011, Zapatero acorralado por la Prensa adicta al PP y apuñalado por gente de su partido, lo que parece ser constante socialista, convocó elecciones anticipadas que, por fin, ganó el PP. Rajoy consiguió la mayor acumulación de poder estatal, regional y local conocida hasta entonces. Una aplastante mayoría de la que abusó ampliamente y que perdería en las siguientes elecciones para convertirse en el primer candidato presidencial en renunciar a la investidura por falta de apoyos. Luego vinieron los arreglos y ahí sigue a la espera de que los problemas se resuelvan solos, tras la fase previa de pudrición.

Preston, Rajoy y la mirada de Franco

Es sorprendente que apenas se haya reparado en la política catalana de Mariano Rajoy. Como sorprende que, a pesar de ser el máximo responsable del chapucero despliegue de la Policía Nacional y de la Guardia Civil en Cataluña, todo el mundo arremeta contra Puigdemont citado hasta el vómito junto a Junqueras y Forcadell por todos y cada uno de los peperos que han hablado del asunto. Tanto la ministra de Sanidad, Dolors Montserrat, como el ministro de Interior, Juan Antonio Zoido, Soraya Sáenz y demás han repetido en sus intervenciones no una ni dos veces sino muchísimas la misma tripleta Puigdemont-Junqueras-Forcadell como si quisieran fijar los tres nombres a vayan ustedes a saber qué efectos.

En cualquier caso, si hacemos un balance de lo observado estos días, parece evidente que el Gobierno español ha quedado en ridículo ya que, dejando a un lado la validez de la que carece el referéndum, lo cierto es que votó un número considerable de ciudadanos sin garantías, que algunos lo hicieron más de una vez y lo que ustedes quieran: pero lo cierto es que lograron dar con una urna en la que depositaron su papeleta que era, justamente, lo que se pretendía evitar. Por si fueran pocos despropósitos, son los miembros de los cuerpos de seguridad desplazados los que ahora se quejan de que el Gobierno, después de enviarlos a Cataluña, los dejaron tirados como nueva muestra de la ineficiencia del Gobierno y de su falta de respeto a la gente.

Mucho habría que decir para intentar adivinar qué va a pasar en los próximos días. Es evidente que en el llamado “bloque constitucionalista” no hay una postura común para abordar, llegado el momento, los pasos que pueda dar la Generalitat. Particularmente la DUI que Puigdemont ya ha anunciado sin más reacción por parte de Rajoy que la de esperar a ver lo que hacen. Con gran cabreo, por cierto, de Aznar que acaba de decirle de casi todo por boca, eso sí, de la FAES.

Es el hispanista británico Paul Preston de los que se han mojado en este asunto. Aunque no ve factible la DUI, considera que “si con el referéndum la reacción del Gobierno fue la que fue, dados los instintos franquistas del Gobierno, vaya usted a saber”.

Preston, por cierto, se encargó de traducir para la BBC la rueda de Rajoy y comentó: “Me alucinó, fue como si no supiera lo que había pasado”. Esta observación, ya ven, acabó por darme la clave de una vaga impresión cada vez que veo a Rajoy: se le está quedando al hombre la mirada de pescado del dictador.

Por último, debo decir que aún cargando las tintas sobre el Gobierno central, que es la parte más poderosa y principal causante del problema por su negativa durante años a dialogar, no son pan bendito, precisamente, los dirigentes catalanes. Si el día de las votaciones podían entenderse los riesgos de que ocurriera alguna desgracia y que se contara de antemano con la prudencia de la gente acostumbrada a manifestarse en la calle multitudinariamente sin el menor incidente, sí que debieron evitar el acoso a los policías en sus alojamientos.

Un panfleto y cuatro millones de firmas

Aunque esté feo que uno se cite a sí mismo, recuerdo que en 2010 no quise perderme las elecciones autonómicas catalanas que fueron el 28 de noviembre, cinco meses después de la sentencia del Tribunal Constitucional (TC) contra el Estatut. Escribí entonces que el catalanismo comenzaba a dejar de ser asunto de la burguesía catalana a medida que se incorporaban a él otras sensibilidades con nuevas inquietudes. Llegué a observar charnegos y actitudes algo más radicales. Creo que el PP no detectó los cambios ni que había quedado atrás el “régimen” de apaños que definió las relaciones con Madrid en la etapa de la familia Pujol caída en desgracia.

A todos estos corrimientos debe añadirse que la misma sentencia de 2010 destrozó a los posibilistas que defendían basar las relaciones con el Estado central precisamente en el proyecto de Estatut al que el PP le puso la proa. Este, repito, cumplía todos los requisitos para su reforma: aprobación del texto en el Parlament tras su debate y enmienda y envío a las Cortes para que el Congreso y el Senado le diera el correspondiente repaso “purificador” y lo devolviera a Barcelona para someterse a referéndum aprobatorio… hasta que el TC entró en acción y falló el recurso pendiente a favor del PP. El TC, pues, se había colocado por encima de los parlamentos.

Había, pues, motivos sobrados para estar allí y ver qué pasaba después de que el fiasco estatutario provocara el repunte del independentismo y la invalidación de los partidarios de entenderse con Madrid a quien se le echaba en cara su ingenuidad. Hicieron el canelo.

La historia del recurso del PP, que fuera interpuesto en 2006, se inició con la campaña de recogida de firmas por toda España. Comenzaron por Cádiz, donde se firmó en 1812 la primera Constitución Española. El resultado fue la entrega al Congreso de los Diputados, por Rajoy en persona, de 876 cajas que contenían, dijo, más de cuatro millones de firmas. Y eso después de estarse un buen rato sobre la acera, rodeado de cajas grandes, de color azul creo recordar.

Nunca supe de la autoría de cierto impreso que circuló para aquellos días llamando a los ¡Españoles! a hacer la ¡Guerra al Estatuto catalán! No creo que el panfleto fuera cosa del PP aunque, eso sí, recuerdo a Soria repitiendo por ahí una de las afirmaciones de la octavilla: la de que Zapatero recortaba fondos de pensiones y demás para entregárselos a Cataluña. Prefiero atribuírselo a algún alucinado que oyó de la Patria su aflicción. Que debía estar bastante afligido porque, por lo visto, según el Estatut los españoles no podían desempeñar cargos en Cataluña mientras que para los catalanes tan ancha es Castilla que podían ejercer donde les diera la gana. Otra perla era el llamamiento urbi et orbe a no comprar productos catalanes y la severa advertencia final de que “en este comercio, no admitimos visitas de viajantes catalanes o que representen casas catalanas”.

Y acabo volviendo a las firmas entregadas por Rajoy. Nada se hizo con ellas, nadie llegó a contarlas y tengo entendido que ahora mismo ni se sabe adonde fueron a parar. Lo único que se sabe es que Rajoy llegó a defender en el pleno del Congreso una proposición no de ley para la convocatoria de un referéndum sobre el Estatut catalán… en toda España y que se jodan. Le encanta molestar al hombre.

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