De Trump al reprobado Fernández
Con Trump ha dejado de ser un chiste que la democracia USA es la mejor del mundo porque cualquiera puede llegar a presidente. Las adhesiones y rechazos que suscita la figura del presidente electo han sido aireados por la Prensa que ahora lleva unos días entretenida con las dificultades trumpianas para formar el equipo que asegure el traspaso de poderes y con los esfuerzos de Obama para convencer a su sucesor de que no sea tan bruto. Lo cierto es que de este hombre se ha dicho ya casi todo, incluso de su apariencia de personaje exagerado de comic con esa pelambrera imposible y extraños gestos y mohines faciales debidos, quizá, a que los hace en inglés. Me recuerda y crean que lo siento al Joker enfrentado no recuerdo bien si a Superman o a Batman.
Pero no son los excesos de Trump los que llaman la atención sino que al otro lado está Hillary Clinton considerada representante del sistema contra el que, por lo visto, va el nuevo presidente. Cosa que, traducido a la política española, convierte al multimillonario xenófobo y machista en antisistema total, o sea, en correligionario de Pablo Iglesias al que financian, como todo el mundo sabe, Venezuela e Irán y no sé si Cuba, que para el imaginario de la derechona han sustituido a la URSS en el diabólico empeño de liquidar a la católica España. La derechona sabe que no es cierto y que así lo ha proclamado en más de una ocasión los tribunales, pero sigue erre que erre.
Algo falla, pues, porque si resulta evidente que Hillary Clinton encarna al sistema, no puede decirse lo contrario de Trump si consideramos signo externo definitorio sus nada corrientes cuentas bancarias. Es más del sistema que el que lo inventó. Lo que me lleva a la conclusión de que entre dos contrincantes sin duda pertenecientes al sistema se lleva el gato al agua el más eficaz engañando a los electores; o entendiéndolos, que pudiera ser.
Que Clinton no entiende a los electores lo indica que llamara “ignorantes” a quienes votaran a Trump. Suele ocurrirle a la gente del sistema que no comprende cómo puede alguien oponerse a él si es lo mejor que hay. No advierten que, poco a poco el electorado, incluidos los ignorantes, se va percatando de que del sistema sólo pueden esperar algo sus directos beneficiarios y el resto a escupir a la calle. Trump ganó porque supo engañar al mayor número de votantes y convencerlos de que con él igual suena la flauta, que en estas cosas nunca se sabe.
Ya veremos cómo se las arregla la nueva administración republicana para conciliar sus propósitos aislacionistas con el mantenimiento del liderazgo planetario USA frente a la Rusia de Putin, que acrecienta influjo y presencia en el Este europeo, como acaba de verse en las elecciones búlgaras y moldavas y se confirmarán en las que vengan. Mientras los turcos se replantean sus relaciones con Moscú acompañado de un paralelo mayor alejamiento de la UE.
El neoliberalismo, que es el problema, no es nada compasivo con la gente en la que sólo ve números, porcentajes, estadísticas y consumidores en el mejor de los casos. El neoliberalismo, doctrina que defienden hasta los dictadores (recuerden la relación de Friedman y Pinochet), alimenta a los populismos y los nacionalismos que rejuvenecen a la ultraderecha que ve acercarse de nuevo su momento y ahí está Marine Le Pen que ya se siente ganadora de las próximas elecciones francesas. Estamos en el umbral de una nueva etapa histórica de gran dureza, lo que ha llevado a los analistas a hacer comparaciones y buscar equivalencias que quitan el sueño. Un fantasma que va tomando forma es el de la rivalidad ruso-americana que, como se ha visto, no necesitaba de connotaciones ideológicas para ser operativa.
Sin embargo, ya ven, el problema es otro. Porque, a pesar del contento ultra con el triunfo de Trump, el hombre no da pie con bola, o sea, que no sabe lo que se trae entre manos y pierde fuerza amenazando a los periodistas y periódicos que insisten en que se aclare de una maldita vez. Para Trump esas críticas se deben, más que nada, al cabreo por haber quedado como tontos en su cobertura de la campaña, o sea, porque ni se les pasó por la cabeza que él pudiera ganar. El caso es que la dirección del partido republicano no parece muy dispuesta a acudir al rescate, lo que le permite al nuevo presidente nombrar a quien le dé la gana en su equipo de transición. Se han dejado escuchar voces como la de Kissinger para quien Trump no tiene siquiera noción de la existencia de un orden mundial, apenas conoce la política exterior sobre las que se pronuncia con ocurrencias que le pone los pelos de punta al más pintado. Las cosas han llegado al punto en que ha tenido que ser su contrincante demócrata, Hillary Clinton y el presidente saliente, Barack Obama, quienes tratan de tranquilizar a los aliados y asegurar que los compromisos contraídos con otros países serán respetados.
El reprobado Fernández
A Jorge Fernández Díaz, ex ministro del Interior, le grabaron una conversación que vino a demostrar la falta de escrúpulos que supone aprovechar el cargo público para hacer daño a un contrincante político. La cosa dio que hablar y los partidos parlamentarios, a excepción del PP como beneficiario de esas prácticas, condenaron el hecho y consiguieron que Jorge Fernández fuera reprobado; lo que el ineféibol Rafael Hernando, portavoz del PP en el Congreso calificó de “cacería” del ex ministro. El cazador cazado, pues.
Parecía zanjado el asunto cuando héte aquí que el PP decide proponer al dicho Fernández para presidir la Comisión de Exteriores del Congreso. No sería la primera vez que me refiero a la forma de ciscarse el Gobierno de Rajoy en la misma cámara parlamentaria para la que exige el máximo respeto al ciudadanaje que se acerca por allí a decirle cuatro cosas a sus señorías. Lo que le ocurre al PP con el Parlamento es falta de ignorancia; falta de ignorancia que no es ausencia de ella sino delito, pecado, infracción o “fao” que decíamos los niños antiguos derivándolo de “fault” del inglés futbolero de antaño. Quiero decir, en fin, que le tiene tan poco respeto al Parlamento el Gobierno que no se le ocurre sino eso, proponer para presidir una Comisión parlamentaria a un sujeto reprobado por la misma Cámara a la que ha de representar.
Se sabe que el PP presionó lo suyo para que PSOE y Ciudadanos apoyaran el nombramiento mediante el desacreditado procedimiento de la abstención; como se sabe que los socialistas llegaron a pensárselo pero al final dejaron solos a los peperos. Que no por eso se bajaron del burro pues buscaron otra Comisión en que meterlo y acabaron poniéndolo al frente de la Comisión de Peticiones cargo para el que no se precisa la votación de la cámara. Su función es la de recibir las iniciativas populares y cosas por el estilo y enviarlas a quien corresponde, una especie de cartería digo yo que será.
El asunto es que Fernández ha sido nombrado y que lo interesante del caso no es su cometido sino las razones para designarlo y qué hace un ex ministro en semejante puesto. La primera impresión es que Rajoy quiso hacerle un favor a su amigo Fernández, pensó en la Comisión de Exteriores con tal ignorancia (o desprecio) de los procedimientos parlamentarios que pasó por alto la reprobación. La segunda impresión que no excluye sino que puede complementar la primera, es que se ha quedado Fernández tan con las ganas de figurar y sin perro que le ladre que acabó su amigo Mariano encontrándole acomodo. Quizá para tenerlo cerca y enviarlo a Cataluña de embajador, si llegara el caso. La tercera posibilidad es que quiso Rajoy asegurarle al hombre un sueldito, que lo va a necesitar con la que se nos viene encima. Seis mil y pico euros, dicen.
La idea democrática pepera
Mientras escribía lo del finado Fernández se me ocurrió que no vendrían mal decir alguna cosilla sobre la idea pepera de lo que es una democracia parlamentaria como evidencia el episodio. La anécdota de querer darle función representativa a un diputado reprobado por la cámara ya tiene lo suyo de por sí. Pero, ya ven, me llevó a pensar que el PP tiene un concepto de la democracia de tipo verbalista, por decirlo de algún modo. O sea, se reprueba a un diputado pero eso no quiere decir que pierda su condición, ni siquiera que se le imposibilite para otras encomiendas. Se trata simplemente de un ligero tirón de orejas. Es lo que ocurre con la corrupción: costó años que admitieran los peperos su existencia y cuando la reconocieron hubo que continuar durante un buen tiempo insistiendo para que el reconocimiento verbal se tradujera en actuaciones positivas que acabaran con tanta mamanza. Así, cada día y durante demasiados meses salían a la luz nuevos casos y ni por esas. Hubo que esperar a que aparecieran jueces, fiscales, policías y periodistas dispuestos a hacer su trabajo para que se avanzara. Pero sigue pendiente la reforma de la Justicia que consolide los avances y genere nuevos impulsos. No debe sorprender a nadie que el 80% de los españoles considere que el Gobierno actúa mal o muy mal contra la corrupción.