Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Autónoma de Barcelona y Master en Periodismo y Comunicación por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Fue Jefe de la Sección Política del periódico Canarias 7, Jefe y analista de la Sección de Economía del periódico La Provincia, Jefe de las secciones Nacional, Internacional, Edición y Cierre de La Opinión de Murcia, Corresponsal y analista económico en Canarias del periódico La Gaceta de los Negocios, Director del diario La Tribuna de Marbella, Jefe del Gabinete de Comunicación del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, Director del diario La Gaceta de Las Palmas, Cofundador y director del peridico digital CanariasAhora.com. Director del Canal Canarias de la productora Media Report y Director de la Televisión Canaria Internacional. Como escritor, ha publicado cinco libros.
De la transición al 'delirium tremens'
HEMBRAHembra que entre mis muslos callabasde todos los favores que pude prometertete debo la locura.(Leopoldo María Panero)
Desconozco el color de la orina de los dos reyes de España. Sin embargo, la lectura me ha permitido vislumbrar, mirando hacia atrás en los siglos, los matices excretores de un monarca de cuyo nombre debo y tengo que acordarme porque es también el mío. Fue el primer rey del Reino Unido que nació en Gran Bretaña – en 1783 – y fue asimismo el primero que se expresó en inglés, puesto que era esa su lengua materna. Su vida se construyó, no matando grandes animales salvajes ni a base de cópulas extramaritales, Ferraris de los golfos del Golfo, negocios tenebristas, soporíferos y anodinos mensajes de Navidad y cómicas caídas, sino salpicada por el extravío mental, las alucinaciones, la agresividad, las náuseas y los vómitos. De tal modo ocurrieron las cosas que, en un día aciago, el color de su orina devino tan peculiar y oscuro que su médico personal pronunció la descarnada y fatídica frase: “El rey está loco”. A partir de entonces, a su nombre que es el mío, se unió para la Historia el apelativo de El loco.
Diálogo con patos, ocas y árboles
Pasaba un día cualquiera de cualquier estación y un ser totalmente desnudo corría por los jardines del Castillo de Windsor detrás de las más grandes y bellas mariposas. De vez en cuando, paraba su arrebatada carrera para charlar con los patos y las ocas que compartían su hábitat. Según cuentan las leyendas, obligaba a esos ánades a seguirle en sus correrías y los ahogaba o pretendía ahogarlos si no secundaban sus órdenes. Era Jorge III El loco, con 73 años de edad allá por 1811, quién también mantenía largas conversaciones con toda clase de árboles, en medio de histéricas risas y carreras sin sentido. Cuentan que en 1819 su miccionar era ya alquitranado de bermellón y su locura el paradigma de la existencia más demenciada. De modo que, una mañana comenzó un discurso que ininterrumpidamente duró alrededor de 58 horas, superando ampliamente a los comunistas que en el planeta han sido. No he podido averiguar quienes formaron parte de su público, pero todo aquel que no prestara atención estaba amenazado de pasar directamente al cadalso. Muchas horas debieron ser aquellas, incluso para la más loca locura, de tal forma que Jorge, derrotado por su propio verbo, ensartado por sus palabras, asfixiado por sus razonamientos, entró en un profundo coma y murió. Feneció de Porfiria Jorge, aquel que derrotó en la mar a Napoleón y conquistó Canadá. Aquel que conoció a Carlota el mismo día en que la desposó y – la verdad es que estoy loco pero loco por ti – a pesar de ser una dama poco agraciada y menos atractiva, construyó con ella nada menos que 15 príncipes de una Gran Bretaña que logró situar como potencia mundial. El corazón es locura y la locura y el corazón tienen razones que la razón no comprende, dijo en una ocasión un tal Pascal.
Porfiria
Mujer, si puedes tú con Dios hablar … no, no sé si éste país España padece lo mismo que dio con Jorge III bajo la tierra. Porfiria. El cardiólogo colombiano Gustavo Restrepo Uribe, escribió una tesis en la que mantiene que Jorge III sufrió cinco brotes de Porfiria a lo largo de su vida. Y la revista médica británica The Lancet señaló que “la famosa locura del rey Jorge III de Inglaterra (1738-1820) la causó el arsénico. El análisis químico de un mechón del cabello del monarca – une meche de cheveux, dijo Adamo – que se conserva en el Instituto de la Ciencia de Londres, ha puesto de relieve la existencia de altas concentraciones de ese veneno. El arsénico pudo haber desencadenado en Jorge III una predisposición hereditaria a una enfermedad de tipo metabólico conocida como Porfiria, que provoca la concentración de toxinas en la sangre”.
Otros expertos que han estudiado el historial médico de varios descendientes de Jorge III – reinó durante cuarenta años – creen que “el monarca sufría una condición genética consistente en la deficiente producción de una proteína en la sangre, causa de su locura y de la coloración cobriza de su pipí. Los síntomas de la Porfiria incluyen parálisis, ronquera, dolores musculares y abdominales agudos, aceleración del pulso, insomnio, trastornos mentales pasajeros y cambio de coloración de la orina, todos ellos síntomas atribuidos a Jorge III”.
Del hybris se habló
El otro día me referí, también en estas páginas que viven en el cíberespacio, al hybris o hubris, una enfermedad emergente en los predios de la desclasada clase política española que, entre otras cosas, se caracteriza por la pérdida de contacto con la realidad, a menudo vinculada a un aislamiento paulatino, agitación, imprudencia e impulsividad, modo mesiánico de comentar los asuntos corrientes y fuerte tendencia a la exaltación. No han hablado los psiquiatras para nada del color de la orina ni del arsénico, aunque sí son bastantes los que se refieren al elevado consumo de cocaína entre la clase dirigente. Tampoco se han acercado a las inmundicias de reyes y políticos, pese a que uno de los médicos de Jorge III llegó a afirmar que “las defecaciones siempre me han parecido más elocuentes que el pulso”. Yo me permito hacer la siguiente extrapolación: en nuestro país, el excremento por excelencia es la corrupción. Y pulso, lo que se dice pulso, el Estado cada vez tiene menos. Es decir que nos acercamos peligrosamente al encefalograma plano.
Las dos locuras
A estas alturas, no me queda otro remedio que solicitar la ayuda del latín y de Einstein para seguir construyendo mi razonamiento. La lengua muerta que se parapeta, junto al griego, tras nuestra lengua más viva, habla de delirare (de lira ire) para referirse a la locura. Es una expresión pastoril, cuasi virgílica, al fin, del agro, que atañe a “la desviación del surco recto”. La locura comenzaría entonces por plantar papas formando espirales y, de ahí, pasando por la piedra, la rueda, los metales, el medioevo, la Inquisición, los burgos, la revolución industrial, los soviets, las correspondientes guerras, la bomba atómica de Hiroshima, la Transición, el derrumbe de las Torres Gemelas, la actuación en Eurovisión de Txiquiliquatre, la Europa de los mercaderes (UE), la burbuja, la crisis, el endeudamiento, el Fondo Monetario Internacional, la cal viva ¡viva la cal! y unas cuantas cosas más, hasta la era de la información, la partidocracia, el morreo congresual y el robo impune del dinero público … y, obvio, el hybris o hubris, que define la demencia de los políticos. Ese tener la cabeza como una jaula de grillos, no otra cosa que euros con élitros que también hacen cri, cri cuando acaban en el juzgado.
Por otro lado, la gran mayoría de los ciudadanos desconoce que Einstein, aparte de un genial matemático – acaban de llegar las ondas gravitatorias – era un pensador de primerísima fila. De la energía igual a la masa por el cuadrado de la velocidad de la luz, ni les hablo. Pero sí de un pensamiento del querido Albert que señala: “Tengo una pregunta que a veces me tortura:¿Estoy loco yo o los locos son los demás?”. Contestar al genio es una osadía, pero, como siempre fui osado, lo hago poniéndome a su lado junto a otros muchos: estamos locos nosotros y están locos ellos. Y completo el asunto: nosotros somos los ciudadanos que piensan y ellos son los políticos. Pero, efectivamente, ambos colectivos están locos. Afortunadamente, de locuras diferentes. La de ellos, en general, se alimenta de la ambición, el odio, el rencor, la codicia, la malversación del dinero público … en fin, ¿para que volver al hybris?
La otra locura, la de los pensadores y analistas críticos sin amos que den voces, e incluso una tercera y esencial, la de la sociedad civil trashumante, las voy a colocar también sobre las columnas de otro pensamiento de Albert Einstein que dice así: “Locura es hacer la misma cosa una y otra vez, esperando diferentes resultados”. Bajemos a la arena del circo: votar y luego asistir a los espectáculos que estamos contemplando sin hacer nada al respecto, no nos va a mover del sitio en el que estamos. Se entiende perfectamente, creo.Hay muchos que, fuera de esa imbecilidad represiva que es lo políticamente correcto, han venido hablándonos desde hace mucho tiempo del camino que seguimos hacia la locura. Goethe nunca dejaría solo a Einstein, porque piensa que “la locura, a veces, no es más que la razón presentada de forma diferente”. Bukowski, tampoco: “Algunas personas nunca enloquecen. Tendrán una vida realmente horrible”. Wolfe, vanguardia del Nuevo Periodismo y, posteriormente, del Periodismo Literario, serviría su Ponche de ácido lisérgico a un Kerouac siempre on the road. Ken Kesey nos mostraría la rebeldía ante la injusticia y la represión del loco que se hace el loco porque alguien voló sobre el nido del cuco y André Gide advertiría que “las cosas más bellas son las que inspira la locura y escribe la razón”.
¿Qué hacer?
¿Qué hacer con un país llamado Demencia? Rebeca Cohen, estudiosa de Freud, sostiene que “el mundo de la creación no es otro que el de la locura temporal”. Y, puesto que el delirare político no sólo no es temporal sino exponencial y eterno, no queda otra que los pensadores, analistas y la sociedad civil penetren la esfera de la creación, despreciando el statu quo y acudiendo al lenguaje y al pensamiento que, al fin, son la misma cosa. El escritor italiano Carlos Dossi (1849-1910) mantiene que “los locos abren los caminos que más tarde recorren los sabios”. Si admitimos que todos estamos locos de locuras diferentes y acudimos a Menandro: “ La sensatez no conviene en todas las ocasiones; a veces hay que ser un poco loco con los locos”, creo que no nos queda otra que potenciar nuestra locura por un rato y abandonar la indolencia para acabar con la locura que nos esclaviza desde hace muchísimo tiempo y pretende seguir haciéndolo a base de los maquillajes más sofisticados.
Políticos y sociedad civil. Nos queda la monarquía. De ella sólo diré que, a lo largo de toda la Historia, siempre ha preferido pasar mucho más tiempo con los bufones que con los sabios. Todo lo demás se lo dejo a Erasmo de Rotterdam. Elogio de la locura.
Sobre este blog
Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Autónoma de Barcelona y Master en Periodismo y Comunicación por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Fue Jefe de la Sección Política del periódico Canarias 7, Jefe y analista de la Sección de Economía del periódico La Provincia, Jefe de las secciones Nacional, Internacional, Edición y Cierre de La Opinión de Murcia, Corresponsal y analista económico en Canarias del periódico La Gaceta de los Negocios, Director del diario La Tribuna de Marbella, Jefe del Gabinete de Comunicación del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, Director del diario La Gaceta de Las Palmas, Cofundador y director del peridico digital CanariasAhora.com. Director del Canal Canarias de la productora Media Report y Director de la Televisión Canaria Internacional. Como escritor, ha publicado cinco libros.