Lucrecia Amaya: la última tejedora de Tamargada
Lucrecia Amaya es la última tejedora de Tamargada. Con 86 años recién cumplidos, continúa dando vida a traperas, alforjas y bolsos en su telar. Un oficio que aprendió observando a su madre, abuela y bisabuela. Una tradición que aún pervive en la Isla gracias a la transmisión a los jóvenes de las técnicas de este trabajo artesanal.
“La artesanía y estas tradiciones son cosas que se pierden y da pena”, señala Lucrecia con cierta resignación. Me cuenta que antes era un modo de vida. “Cuando alguien se casaba, por ejemplo, hablando de la dote, esto era lo que había, o bien sabías tejer o bien tenías que dárselas a alguien para que las tejiera, porque antes no había dinero, pero tiendas tampoco”.
Recuerda ver a su madre tejer. La memoria no le tiembla al recordar cómo vecinos de Las Rosas, en Agulo, bajaban a Tamargada a llevarle sus “trapos” para que se los tejiera. Lucrecia estuvo 28 años en Venezuela. Aprendió el oficio antes de irse y de regreso lo retomó y hoy continúa con la labor. “¡Qué sé yo ni cuánto he tejido, de encargos que me han hecho y otras que me compran!”, se ríe mientras me confiesa que, para ella, el telar ha sido su vida.
“No es que uno viva de eso, porque usted [por mí] sabe que las cosas de artesanía no dan para eso pero, ¿qué otra cosa voy a hacer a estas alturas de mi vida?”, se cuestiona mientras me mira fijamente. “Me gusta eso, y mientras una pueda y tenga mi conocimiento, seguiré tejiendo”, afirma.
“Cuando vine de Venezuela, el telar que teníamos de herencia estaba ya estropeado y había que reformarlo. Por aquel entonces daban subvenciones para comprarlo nuevo, no para reformarlo, así que compré uno”, me indica mientras comenta que ahora hace traperas, alfombras, mochilas, alforjas...
Cuando le pregunto qué significa para ella la artesanía sonríe: “Es algo que me gusta, no sabría explicárselo, es algo que se lleva en la sangre y que no me gustaría que se perdiera pero, ¿a quién enseña uno?”.
El Cabildo organizó el pasado año un curso de tejeduría y Lucrecia Amaya recibió un merecido reconocimiento a toda una vida manteniendo viva la tradición del oficio de tejedora.