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Me proclamo soñador

Barranco de La Laja | Foto: Bertus Dronkers

Daniel María

Cada uno de nosotros marca sus propios límites. Esto es lo que, a grandes rasgos, quería transmitir a mis paisanos más jóvenes, estudiantes de la ESO y Bachillerato en la isla de La Gomera. Fui invitado a disertar para ellos en el marco de la XVIII edición del certamen literario Pedro García Cabrera convocado por el I.E.S. de San Sebastián de La Gomera y mantenido a flote por el empeño de su personal docente, apoyados por el Cabildo Insular de La Gomera.

Sentado en el público, poco antes de ser llamado al atril, fijé la mirada en los tres retratos que presiden el Salón de Actos de la entidad: Antonio José Ruiz de Padrón y la enorme y colectiva escena de Romería de San Juan, ambas obras de José Aguiar, y el rostro sereno de Pedro García Cabrera, proyectado en el centro de los dos cuadros.

El poder de los sueños es el motor que mueve nuestras acciones y vence al cansancio y a la frustración, había escrito en un papel. Otra nota rezaba: ¿Isla menor? Ya en el estrado abandoné las notas en el atril del que no debía moverme y en donde, sin embargo, nunca me detuve. Caminé de un extremo a otro del escenario para detener mis ojos en las decenas y decenas de compañeros que abarrotaban la sala.

La isla protege su memoria. Los barrancos de La Gomera custodian la historia de la isla y la lírica de sus romances. Debemos impedir la devastación que viene integrada en el progreso porque no todo lo que nos asegura el progreso es beneficio. De igual modo que La Gomera no ha necesitado jamás de trenes no precisa de superficies comerciales ni de espacios hoteleros agresivos. Necesita una biblioteca insular que no existe, aunque una placa anuncie su existencia en una planta de salas vacías. Necesita que la casa natal de Ruiz de Padrón responda al ímpetu revolucionario de su preclaro armazón de pensamiento. Necesita que la obra dispersa de José Aguiar descanse, en la medida de lo posible, en un museo insular de arte.

Quise transmitir a mis jóvenes paisanos que la isla los reclama, por mucho que ellos estén deseando abandonar La Gomera para disfrutar de las oportunidades y servicios con que ahora no cuentan. Es cierto que la isla no puede ofrecer todo lo que desean, pero esto no quita que les brinde, en cambio, aquello que no encontrarán en otro territorio. Una paz, un silencio y un ritmo de vida que los educa en un modo de ser ciudadano, de compartir el espacio, de valorar la naturaleza, la cultura y la tradición.

Los rostros de Romería de San Juan no deben resultarnos ajenos. Son lo que somos. Todo lo que llevan consigo: alimentos, flores, vestimenta, calzado, instrumentos, enseres… son resultado de su artesana dedicación, de sus oficios aprendidos en el ambiente familiar y vecinal. Conservar la raíz no supone anclarse al pasado ni abandonarse a la involución. Lo que intento decir es que la memoria nos avala, en ningún caso nos perjudica.

Pregunté si a alguien de la sala le gustaba el boxeo. Varias manos se alzaron, desconfiados ante la cuestión que planteé, aparentemente alejada de los preceptos de la charla. Les leí el siguiente párrafo publicado en La Prensa en 1925:

“Yo, José Hernández Fernández, natural de San Sebastián de La Gomera, tengo a bien comunicar a usted para que lo haga presente en su periódico, que no habiendo boxeadores de ningún peso en la provincia, me proclamo campeón de Canarias del peso pluma, y doy 15 días de plazo para que puedan retarme los que deseen contender conmigo en las debidas condiciones”.

Sin riesgo a equivocarme les pude confirmar que el boxeo en Canarias existe, digámoslo de este modo, porque un gomero tuvo un sueño. Un joven llamado José Hernández que, falto de combates y mucho menos de una federación que profesionalizara su anhelo, se autoproclamó campeón para promover la celebración de un primer combate con cierto carácter técnico. En julio de 1925, José Padrón, natural de Tenerife, aceptó el reto. Quizás por justicia poética, además de por su talento, el gomero venció.

Otros sueños surgieron en La Gomera. El del mencionado pintor agulense (aunque nacido en Cuba en 1895) José Aguiar, que solicitó una beca al Cabildo Insular para estudiar en Florencia. Y con el suyo los sueños del poeta Pedro García Cabrera, del catedrático de física Félix Herrera, del pintor Luis Alberto Hernández, de la escritora Isabel Medina o de la oftalmóloga y ex profesora titular de la Universidad de La Laguna Carmen Gloria Mesa. Un recorrido por sus trayectorias les hizo saber que los límites son el escudo de nuestro miedo y las dificultades los chaplones que hay que ascender para alcanzar la cima.

Les deseé cultura para que sean libres. Y salud para que tengan tiempo. Todo lo demás lo da la tierra: la paz, el silencio, el ritmo. A ciertas edades el ring preocupa, como preocupan todas las incógnitas, pero escrito está que el combate se celebra. Me proclamo soñador.

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