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Espacio de opinión de La Palma Ahora

Juvenal Machín. 'El juego de los peces'

Elsa López

Y ahora regreso a la vieja casita

donde eras café y mistela y mantel de sonrisa,

pero hoy domingo,

domingo de moscas

tus plantas pasmadas se vuelven,

me miran

y yo que prosigo

avanzo el pasillo

que ahora se tensa y se estira y allí al fondo,

el breve latido que estrella mi pecho,

y entonces

un viento raro, como de pérdida.

Tic tac:

Será que te has muerto

tic tac

un viento ligero;

entre las piedras.

Este fue el poema que me hizo pensar que tenía delante de mi algo especial y conmovedor. Era el libro de un muchacho de ojos grandes con el que solía encontrarme siempre en actividades relacionadas con la literatura. Y no me equivoqué. El libro, sus poemas, la fuerza de su voz y de sus palabras fueron algo que podría estar horas explicándoles, entreteniéndome en ellas para poder descifrarlas para ustedes, en compartirlas con ustedes. Pero creo en los enigmas y me gusta que los demás jueguen conmigo a resolverlos. Como los peces entretenidos en la profundidad del agua.

Porque El juego de los peces es eso: un misterio envuelto en palabras, un juego de la mente enfrentada a las cosas que nos rodean haciéndolas más sugerentes; lo eterno a la altura de los objetos, el mar, la luz, la espera, la lluvia, los niños robados. El poeta, al escribir lo que ve y lo que siente, sabe encogerte el corazón, hacer saltar las vibraciones y la piel. A mí me gusta leer a un escritor sobre el papel, sobre un manuscrito recién grapado, no sobre la pantalla de un ordenador. Me gustan las palabras en blanco y negro. Luego, cuando el libro, ya impreso, está en mis manos, cambia su configuración y ya tiene otro camino; la distancia suficiente para leerlo sin la emoción y el temblor de lo recién llegado. Por eso creo que en esa primera lectura que te emociona y deslumbra.

Juvenal llegó a mí como a mí me gusta que lleguen los autores: con sus folios bajo el brazo y sus esperanzas concentradas en el corazón. Me miró con esa mezcla de temor y de incertidumbre que les da un aire desvalido y conmovedor al mismo tiempo y yo supe que allí había un poeta y se llamaba Juvenal Machín. Un nombre antiguo, como de pensador romano, como de historiador clásico. Como era él. Tranquilo y sosegado. Heroico. Me llevé los folios a casa. O ya estaban en casa esperándome. No lo recuerdo muy bien. Y los abrí como hago siempre, al vuelo, por una página cualquiera, sin orden ni concierto, solo al destino de las palabras. Y apareció ese poema, y luego otro, y otro. Y ya no lo solté.

Y, de repente, estos versos:

Y no se hablará entonces de los caballos salvajes, de la mujer que quiero, de los días y los panes y las camas, de tus pies en el salpicadero

Mi último poema será el que ahogue en paz su tinta, el que te suelte la mano aterida durante el paseo después del mediodía

El que no lleve la cuenta de las horas, los días muertos de las cábalas, de los orgasmos de los niños que no tendremos

….

Por eso, mi niña dulce por si llegaran los perros, por si llegara el caso, aquí está para ti no es el mejor, lo siento pero es mi último poema:

….

Mi chica cuántica, la más amada, se pinta los ojos y me borra el corazón

Y seguí, y seguí, y ya no pude dejar de leerlo y me fui encadenando a sus versos, a sus giros, a sus pensamientos, a ese buen hacer de un poeta que se llamaba Juvenal Machín Casañas, nacido en Santa Cruz de La Palma en el año 1971, que estudió Ingeniería en Informática, se especializó en Seguridad de la Información, se hizo poeta y músico, obtuvo el Premio Domingo Acosta Pérez de poesía (2015) y ha publicado los libros Cartas a una señora de bien (Nace, 2014) y El juego de los peces (Ediciones La Palma, 2017), ha participado en diversas publicaciones y obras colectivas y algunos de sus poemas se han traducido al inglés, al holandés y al rumano y, además, mantiene el blog El Alma de las Hormigas, donde a veces desliza un poema, un acertijo o una reflexión. Todo muy simple en apariencia; una biografía humilde contada por él, pero que una vez conocida, comprendes su alcance y su altura y te das cuenta de que delante de ti tienes a un tipo especial lleno de pliegues, de honduras, de una riqueza interior que merece ser conocida.

En una entrevista que le hacen en la revista Dragaria se dice de él que es un ingeniero de letras o bien un humanista de ciencias, y que, según él mismo cuenta, sus pasatiempos favoritos fueron desde pequeño la lectura y la observación y comprensión del mundo. Como científico se declara ferviente devoto de la «ciencia como herramienta de mejoramiento del ser humano» y en la poesía encuentra «el ritmo creativo» que otras disciplinas no le ofrecen. La palabra poeta le da mucho respeto y se considera a sí mismo «un simple escribidor». No le gustan demasiado los focos y prefiere que hablen las letras. “Sería ingenuo creer que las artes y la ciencia son compartimentos estancos. Mi campo creativo está instalado ahí, entre esos vasos comunicantes; me inspiro y bebo también de la ciencia, de la música, del cine, etc., y de la dialéctica que se establece entre todas esas fuerzas creativas. De alguna forma, soy el que observa al que observa. Pero a mí no me inspiran los autores, sino sus obras. Y más que obras, me inspiran los actos: la sonrisa que se regala, la piel que se estremece, la nube que se pasea por la sonrisa que se regala por la piel que… ya sabes”. En esas palabras y lo que contienen está su verdadera biografía.

Entre él y yo hay varios hilos establecidos que ni él conoce. Por ejemplo su predilección por una película especial para mi que me dio a conocer en su día el poeta Ernesto Delgado Baudet, Léolo, de Jean-Claude Lauzon, y que, según Juvenal, contiene muchas claves que le interesan y conmueven como la mirada del niño, la redención en la lectura, el abismo de la locura… “Me parece emocionante -dice Juvenal- transitar por esos pasadizos de espejos que conducen desde el propio Lauzon, guionista y director de la película, al personaje protagonista de la historia, el niño Léo Lauzon, para culminar en su alter-ego Leolo Lozone. Y luego emprender el viaje de vuelta mientras esos límites se difuminan y donde el que lee se convierte en leído, en una proyección de sí mismo.”

Eso dice Juvenal y yo leo en él lo que él lee de sí mismo y encuentro en su mirada la mirada triste de ese otro niño que sigue siendo el poeta y que juega, bucea y naufraga con los peces que inventa para sobrevivir. Y en sus versos encuentro los pasadizos, los laberintos y los espejos que le hacen avanzar y escribir a pesar de todo.

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