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Espacio de opinión de La Palma Ahora

Doble lenguaje

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La verdad es que cuando a un pueblo creativo como el palmero, se le priva de medios idóneos y de los canales precisos para proyectar su energía, ésta se reprime y su potencial se bloquea. El resultado es la inhibición, la incapacidad para asumir riesgos, la timidez a la hora de decidir, la incertidumbre y el recelo, entonces nos movemos entre la sumisión y la falta de fe en nosotros mismos. Así somos y así nos va. Hablamos de política como si la política lo arreglara todo. Y no es verdad.

Días atrás asistí a una reunión de empresarios y comerciantes del Casco Histórico de Santa Cruz de La Palma con una representación política de la ciudad y de la Isla. Allí estaba el alcalde Sergio Matos (PSOE), el primer teniente de alcalde Juan José Cabrera (PP) y el consejero de Infraestructuras del Cabildo Jorge González (PSOE). En la mesa no estaba la oposición en el Ayuntamiento, puesto que Juan Felipe (CC) malversó, una vez más, la oportunidad de una presencia activa, favoreciendo así la participación desde la primera fila de su compañero de partido Antonio Acosta, bien escoltado por cierto por la responsable del área de Comercio en el Cabildo, Cristina Hernández Carnicer. El presidente de la Asociación convocante, Juan Arturo San Gil, dijo que se trataba de una mesa redonda moderada por el amigo Pedro Montesinos, siguiendo la línea de una asamblea constructiva, pero estaba claro que en el bolsillo interior de su chaleco (la expresión es metafórica), llevaba otras intenciones o, tal vez, estas se fueron plasmando a medida que el auditorio aceptaba, o no, la realidad comercial de la ciudad.

No hizo falta mucho debate para que los que estábamos allí como espectadores tuviéramos la impresión de que nuestros políticos eran “los culpables” de todo y, sin embargo, los empresarios pagaban la penitencia por tantos fallos. Y así, como el empresariado sabe donde le aprieta el zapato, el circo empezó con el desfile de pecados: Turismo y basura se confundieron con la proyección de unas imágenes, y si la turbación fue el objetivo de ver tanta suciedad, la acumulación de bolsas de residuos sin selección alguna, junto a los contenedores, no fue menor el sonrojo causado en nuestra conciencia por la ausencia de valores cívicos en la vida cotidiana de nuestros convecinos. Está claro que los valores no son gratuitos, no nacen ni se fecundan por generación espontánea, sino a través de un proceso educativo permanente y un espíritu de colaboración ejemplar por parte de la ciudadanía.

La convocatoria no sirvió para mucho, salvo para reflejar los desencuentros existentes, y pretender demostrar por parte de los interesados, que la política en el Casco Histórico ha sido un juego de torpezas. El tuteo, las insinuaciones, el hostigamiento con ánimo de molestar, el lenguaje ácido cercano a la injuria, no nos parecieron las fórmulas más apropiadas para invitar a la parte política de la mesa a colaborar y ser copartícipe de posibles soluciones. Lo peor fue que en medio de este ambiente irracional, se acallaron las pocas ideas sensatas expresadas desde la sala. Es algo que suele pasar. A medida que avanzan las discusiones, las razones y las verdades retroceden. Lo paradójico es que los comerciantes deben saber que una palabra mal dicha; una expresión inadecuada e indiscreta; una frase correcta, pero con un tono incorrecto, puede cambiar la relación con sus clientes y, de ser maravillosa, convertirse como sucedió el otro día con los políticos en algo desagradable, con aires de “encerrona” y momentos tan agrios, que los que sobrevolamos el problema tuvimos la sensación de estar en un pequeño infierno por el calor creado en el ambiente.

Es el poder de la palabra: somos dueños de lo que pensamos y esclavos de lo que decimos. Una frase bien o mal dicha puede lograr o echar al traste una mesa redonda o una operación comercial. Tal es así, que resultó hasta curioso escuchar al alcalde Sergio Matos y a uno de los empresarios aclarar sus diferencias sobre una palabra en cuestión: RANCIO. Adjetivo, con el que el propietario de un establecimiento calificó al comercio de Santa Cruz de La Palma en los últimos años. La desavenencia semántica duró un buen rato, porque la palabra censurada por el alcalde pareció, además de peyorativa, mortificante, y es que esta lengua nuestra de tan rica puede ser caótica por la múltiple significación y el sentido que damos a las palabras. Tan importante como el vocablo es el tono con que se expresa, como señalamos en el argot palmero todo depende “con el retintín con que me lo dices”. De ahí que cuando el empresario se refirió a “LO RANCIO” del comercio de la ciudad, el olor fétido nos llegó a casi todos y, aunque sin decirlo, algún que otro comerciante se sintió ofendido, tal vez pensando en la suciedad grasienta de los paños de su restaurante, en sus vinos oliendo a rancio, a punto de “virarse”, o en sus alimentos pasados echándose a perder. “No es eso, señaló el empresario sin llegar a retractarse de lo dicho. La palabra (rancio) tiene otras acepciones y usted, señor alcalde, le ha dado el sentido equivocado”.

Me acordé de Lázaro Carreter cuando explicaba que “la potencialidad del pensamiento va en función de la riqueza y complejidad que posea el idioma con que se piensa”. En La Palma y en otros muchos lugares, la palabra “rancio” o su femenino “rancia” están asociadas a connotaciones negativas, aún siendo verdad que vinculada a nuestro comercio podría significar añejo, muy antiguo o de larga tradición, dado que se consideran “rancias” las cosas y costumbres antiguas y a las personas apegadas a ellas. Por eso, debemos tener conciencia reflexiva sobre cómo se dicen las cosas, puesto que en el lenguaje existen palabras de doble y triple sentido. Por eso, al pronunciar la palabra “rancio o rancia” dudamos tanto de ella, que si queremos resaltarla como algo bueno, la asociamos a otro vocablo positivo. Estando, por ejemplo, en la Casa Salazar se podría haber hecho un símil: “la rancia nobleza de esta casa, en la que en una época se desarrollaron por cierto, varias actividades empresariales, que fueron un ejemplo de la rancia solera de nuestro comercio”. Pero tal y como se aplicó la palabra, con un solo registro y sin matices, pareció reprobar con un calificativo confuso, comportamientos comerciales del pasado, cada época ha tenido sus ventajas y sus dificultades. Probablemente si vemos con los medios de hoy, el mercado de los años sesenta coincidiremos en que era sencillo. Pero visto con los medios de entonces, reconoceremos que era tan complejo como a nosotros nos parece el de hoy, en el que la innovación es tan necesaria como la cercanía. Ramón Areces uno de los “Genios Comerciales” de la España reciente. Creador y artífice de la expansión de “El Corte Inglés” puso como lema a la obra de su vida: “La venta se basa en el detalle, y, por tanto, cada detalle debe ser cuidado”.

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